Recursos Inhumanos Este film, dirigido por Clara Picasso, cuenta con solo dos protagonistas: un pasante de hotel (Ignacio Rogers) y su instructora (Ana Scannapieco) que llevan el conflicto de las relaciones laborales al punto máximo de la histeria femenina, con sutileza y sin ningún tipo de trivialidades. Un joven que entra a realizar una pasantía en un lujoso hotel sufre la manipulación por parte de su instructora en un juego de seducción donde ella no parece darse por aludida, poniendo a su “juguete” en un lugar de irritación del que pareciera no querer escapar. La novel realizadora nos lleva, primeramente, por el costado maquiavélico de una gran empresa y cómo se trama la formación del personal especializado hasta terminar absorbido por el sistema, mutando en seres autómatas incapaces de reaccionar frente a un estímulo. La segunda línea se unifica con la primera cuando la manipulación de la instructora-pasante llega a un juego erótico tan extremo como sádico. Ignacio Rogers (La Sangre Brota, 2008) nos presenta a un joven que poco a poco irá transformándose, pero evitando la sistematización que plantea a simple vista su trabajo. Ana Scannapieco construye una instructora apática, carente de sensualidad y por momentos enfermiza que llevará a su discípulo por los caminos deseados. Ambos personajes se convierten en dos hallazgos actorales dentro de una camada promisoria de jóvenes talentos. El Pasante (2010) es sin duda uno de los films que mejor sintetiza una historia llevando al espectador por los carriles de la manipulación, igual que la instructora al pasante. El resultado es la ira y el sosiego casi al unísono. Se odiará y se amará a estos personajes al mismo tiempo sin razón alguna como a la misma película.
El funcionamiento de un hotel a través de los ojos de un pasante que va a trabajar como botones podría ser el disparador de muchas ideas. Una lástima que la joven Picasso ha decidido encararlo por el camino menos interesante. El protagonista (Ignacio Rogers con el acostumbrado rostro lacónico que perjudicó Como un Avión Estrellado de Ezequiel Acuña) es llevado por las narices por una recepcionista bastante hipócrita, que verá una tragedia donde no la hay. ¿Una comedia de enredos? ¿Un thriller? A la directora poco le interesaba encasillar en un género esta peliculita que no va para ningún lado… como los protagonistas. En algún momento de la narración, se incluye una cena donde se juntan los empleados de la cocina del hotel y tienen una discusión un poco más trascendente que la pareja protagónica durante toda la película. Pero la escena y los personajes quedan tan descolgados como Bruce Willis en película de Tarkovski. Si bien, en términos visuales, la fotografía de Fernando Lockett aporta un poco de estética, y los encuadres son más o menos interesantes, esta primera incursión de Picasso es decepcionante. A penas se puede rescatar un divertido homenaje a La Mujer Pantera (la escena de la pileta, obviamente), pero más allá de eso se trata de un film fallido, monótono, repetitivo, redundante. Los cuestionamientos de los protagonistas acerca del significado del amor son tan banales, que lo único que realmente queda claro, es que su realizadora, tenía un hotel (o varios) a su alcance y no supo qué hacer con ellos. Los espectadores no podemos darle la respuesta.
Perdidos en Buenos Aires Esta primera película de Clara Picasso (otro de los jóvenes créditos surgidos de la FUC), que contó con producción de Manuel Ferrari (director de Cómo estar muerto / Como estar muerto) y con la actuación de Ignacio Rogers (intérprete fetiche de Ezequiel Acuña), narra con elegancia los días del pasante del título que trabaja en el turno noche de un laberíntico hotel cinco estrellas, no-lugar por cuyo lobby, salones, piscinas, pasillos y habitaciones se cruzan miles de historias. El protagonista y la recepcionista (Ana Scannapieco) pretenden reconstruir una de esas historias mediante la interpretación de los movimientos de los personajes y los rastros que quedan en los cuartos. Un thriller minimalista (con un dejo lejano de Perdidos en Tokio) que fue bien recibido en la competencia argentina del último BAFICI y que hasta logró arrancarle varias carcajadas al público europeo durante su première mundial en el Festival de Rotterdam, pero que -más allá de ese detalle de color- constituye un interesantísimo debut.
Un laberinto de cinco estrellas Estrenada hace siete meses en el Festival de Rotterdam y presentada luego en la competencia local del 12º Bafici, El pasante se suma al creciente conjunto de films recientes, dirigidos por ex alumnos de la escuela de cine FUC, que utilizan el juego o el simulacro como fuente de inspiración narrativa. Ya el año pasado, en las mismas pantallas baficianas, el díptico no oficial integrado por Todos mienten y Castro había tensado al límite cierta idea del cine como juego de apariencias, para el festejo de algunos espectadores y la irritación de otros, que sólo vieron en esas experiencias meras excusas para el regodeo en la puesta en escena. La ópera prima de Clara Picasso (una de las firmas del film colectivo A propósito de Buenos Aires, producido hace varios años por la FUC) espera por parte del espectador una posición alejada de la pasividad. En cambio pide una participación activa al ingresar en su misteriosa trama que puede, sólo en apariencia, no tener ni pies ni cabeza y que, sin dudas, esconde un espíritu lúdico y placentero. El pasante describe el ingreso de su joven protagonista (Ignacio Rogers) en un hotel cinco estrellas, pero no como huésped, sino como botones a prueba durante el turno nocturno. Allí se encuentra con otra empleada encargada de enseñarle los gajes del oficio (Ana Scannapieco, en su debut en la pantalla), una chica que más allá de una fachada imperturbable esconde una tendencia a imaginar toda clase de fantasías, consecuencia tal vez del tedio y la rutina. El practicante también ingresa a una extraña cofradía que tiene al edificio como escenario y a los huéspedes como comediantes de una obra que ellos mismos desconocen. Con un tono que toma prestados tópicos del policial y la comedia romántica, pero sin ingresar en esos universos, apenas rozándolos, Picasso juega a engañar al espectador mientras la pelirroja engatusa al muchacho protagonista. ¿Qué se está contando exactamente? ¿Hacia qué posible conflicto se dirige la trama? ¿Cómo terminará esta historia de suposiciones y sobreentendidos que tal vez no lo sean? Para ello, la realizadora utiliza sabiamente los salones, terrazas y bares del hotel, pero también sus oscuras bambalinas, la sala de calderas, los pasillos internos, lugares transitados por una población usualmente invisible para el huésped, a menos, claro, que toque el timbre de llamada. Por esos recovecos se mueve la extraña pareja al dejar la extrema luminosidad y exposición del lobby, entre las sombras y lejos de la vista de sus jefes, a quienes casi no se verá en la pantalla. Durante esos tránsitos hacia ninguna parte, descubrirán una posible historia de amor y traición en una de las habitaciones. Ese es el punto de partida de una simulación que los tiene como actores, a su vez imagen especular de una posible historia sentimental entre ellos. Con un gran trabajo de cámara de Fernando Lockett (responsable también de la fotografía de films como Secuestro y muerte, Excursiones y El hombre robado) y una elegante puesta en escena que utiliza las dependencias del hotel como personajes importantes de la trama, El pasante se revela como un film ingenioso pero también, afortunadamente, como un ejercicio de imaginación. Pequeña pero rendidora, la película podría definirse como un anti-thriller, un film que sabe crear en la piel de la actriz Ana Scannapieco un personaje sumamente inquietante y misterioso, casi inexpugnable. Tal vez el cierre del relato explicite en demasía lo que podía inferirse, rompiendo en parte las sutiles reglas del juego. Pero también es cierto que a esa hora el amanecer rompe cualquier hechizo noctámbulo; tal vez la noche vuelva a traer consigo una nueva vuelta de tuerca y el laberinto cambie mágicamente la disposición de sus giros.
Película cuya eficacia se desinfla a medida que se acerca el final, que promete más que lo que cumple y con una malicia en la última escena que es una pena que no la transforme en algo más sofisticado.
El juego como liberación Ya lo veníamos anunciando desde esta columna. El Cinéfilo Bar (Bv. San Juan 1020, esq. Mariano Moreno) se está convirtiendo en un espacio de exhibición imprescindible para el cine joven argentino, pues los jueves se anima a programar aquellos estrenos nacionales que no encuentran lugar en las demás salas de proyección, sean comerciales o no. Hoy volverá a ocurrir con el estreno de El pasante, ópera prima de Clara Picasso, que en su momento fuera presentada en el prestigioso Festival de Rotterdam 2010 y en la 12º edición del BAFICI porteño, aunque su buena repercusión no alcanzó para que tuviera una distribución a su altura. Se dirá que la naturaleza de la obra conspira en su contra, pues se trata de un filme que hace de la ambigüedad su motor narrativo, que desafía las típicas categorías interpretativas y que propone un juego particular a los espectadores, en el que no se trata tanto de descifrar un conflicto determinado como de entregarse a la posibilidad del juego especulativo (o, si se me permite el término, de la fantasía). Pero semejante afirmación supone una profunda desvalorización de los espectadores, cuando Clara Picasso hace lo contrario: propone un filme que apuesta por una intelección participativa. Como corresponde a la escuela estética a la que pertenece (Picasso viene de la Universidad del Cine -FUC), El pasante tiene una trama mínima, que se desarrolla a través de los detalles y las sugerencias más que de acciones concretas. Apuesta, no obstante, a una narración más clásica que la de sus compañeros de la FUC: su argumento sigue el primer día de trabajo de un pasante (Ignacio Rogers, gran actor fetiche del grupo) en un lujoso hotel porteño, donde deberá descubrir cómo sobrevivir al ejercicio de sometimiento que supone su oficio. La inteligencia narrativa (y formal) de la directora se puede constatar en las primeras secuencias: tras la presentación del protagonista ante el encargado de recursos humanos (que lo pondrá ante su primera, sutil humillación), el filme irá recorriendo los diferentes espacios de trabajo del edificio. Se trata no sólo de filmar el trabajo humano, algo que no suele estar presente en la gran pantalla, sino de captar el funcionamiento de un sistema, de un organismo vivo dedicado a dominar los cuerpos mediante su inclusión en una línea de producción donde todos los eslabones están conectados de alguna forma entre sí. Sin embargo, luego de esta introducción, Picasso comenzará a explorar los diferentes modos en que los actores de esta comedia sin dudas absurda pueden rebelarse y trascender la automatización a la que son sometidos, aunque sin recurrir nunca a subrayados ni explicaciones verbales, simplemente adoptando a rajatabla el punto de vista de los trabajadores. Otra empleada del hotel (Ana Scannapieco, en su buen debut) cumplirá un rol central. Encargada de enseñarle el oficio a nuestro pasante, primero practicará un tipo especial de sometimiento con él, una suerte de reproducción de las relaciones de poder que los controlan a ambos, pero que lentamente irá mutando a un juego de seducción incierto, que podría finalizar tanto en una relación amorosa como en una discusión. Ocurre que la directora apuesta a una ambigüedad de las señales (genéricas y de las interpretaciones): Picasso juega con los códigos del thriller (enfatizado por una banda de sonido minimalista) y la comedia, a veces apelando a un tono absurdo o surrealista, hasta que se entiende que la propuesta es disfrutar de ese mismo juego de aprendizaje que exploran los personajes, que constituye sin dudas una forma de liberación. “Cuentas del Alma”, de Mario Bomheker De una elegancia formal contenida (en la que el manejo de la cámara y de la luz de Fernando Lockett tiene mucho que ver), narrado a través de planos medios y planos secuencia, El pasante hace en realidad del hotel su verdadero protagonista, una especie de panóptico de mil ojos donde sus habitantes deben buscar el modo de preservar su intimidad. La gran virtud de Picasso se encuentra en la sutileza de su propuesta, que nunca busca cerrar sentidos ni proponer análisis concluyentes, sino que intenta estimular la fantasía como una forma de rebeldía, a partir sobre todo de la decisión (política) de no abandonar jamás la mirada de sus protagonistas (la escena clave del filme es aquella en la que asistimos a una fiesta en el hotel desde su posición), una propuesta que esconde una vocación liberadora. Como liberador es también, a su modo, el estreno cordobés “Cuentas del Alma”, del profesor Mario Bomheker, que se proyecta en el Espacio INCAA de la Ciudad de las Artes, y sobre el que hablaremos la próxima semana. Por Martín Iparraguirre