Carne podrida y gente maltratada.
EL PATRON, RADIOGARFIA DE UN CRIMEN.- Hermógenes (Joaquín Furriel) es un santiagueño que vino a la capital con su mujer Gladys en busca de un mejor porvenir. Es casi analfabeto y un poco rengo. Y empieza a trabajar como ayudante en una carnicería. Allí se cio cuenta que no sólo las vacas eran maltratadas. El carnicero le enseñará todas las mañas para poder estafar a los clientes. Pero el gran patrón es Latuada (el dueño de una cadena de carnicerías) un mayorista que compra vacas viejas y enfermas y las hace vendibles. Hermógenes vive con su mujer en una mugrienta piecita del fondo de la carnicería. Ella trabaja en la casa del déspota Latuada, que los explota y los insulta. Esa media res podrida en la ganchera no es la única carne maltratada. Ellos dos son parte de esa mercadería descompuesta. Pero Hermógenes un día no aguanta más. Y será el cuchillo, siempre tan lleno de sangre, el que hará justicia.
El film va y viene en el tiempo. Empieza con Hermógenes en la prisión y vuelve al pasado para explicar por qué pasó lo que pasó. El que ordena el relato es un abogado joven que, a medida que va tomando conciencia del infierno que padecieron los santiagueños Hermógenes y Gladys, se involucra cada vez más con el caso.
Prometedor debut del documentalista Sebastián Schindel. El film es creíble, intenso, el libro no se aparta del tema central y están muy bien retratadas las escenas en la carnicería. Miradas, gestos, réplicas, observaciones que parecen incidentales, todo está cuidado y suena bien. Hay algunos clishes, por supuesto, pero el saldo es más que bueno. Esforzado trabajo de Furriel y gran labor de Germán de Silva y Luis Ziembrowski. El film retrata una realidad que tiene poca visibilidad. El desenlace es inteligente: el juicio termina y los santiagueños retornan a su terruño; la esposa del abogado subraya que Hermógenes trata a todos como si fueran patrones; y el plano final redondea esa idea: en tierra santiagueña, vemos a Hermógenes resignado y con el hacha al hombro. Schindel parece sugerir en ese plano desolador que la sumisión y la explotación nunca desaparece, que para gente como Hermógenes y Gladys todos los demás son patrones.