En carne propia
Esta primera incursión de Schindel en el largometraje de ficción luego de una amplia y sólida trayectoria como documentalista (Mundo Alas, El rascacielos latino, Rerum Novarum, Que Sea Rock, Germán, Cuba Plástica) es valiosa por lo que es (un implacable retrato sobre las prácticas poco menos que esclavistas que aún perduran en ciertas relaciones laborales) y también por lo que no es, o por lo que evita.
Es que tratándose de una película dura y, por qué no, de denuncia (está inspirada en el libro homónimo de Neuman que a su vez se basó en un caso real), evita la bajada de línea discursiva y aleccionadora porque cree en la esencia del cine: el poder de la imagen, la intensidad de una mirada o de un gesto, la fuerza de una actuación (en ese sentido, es notable el trabajo de los “malos” que interpretan Germán De Silva y Luis Ziembrowski).
El mayor riesgo, de todos modos, fue la elección de una figura reconocida como Joaquín Furriel (en una digna y esforzada caracterización) como el protagonista y víctima del film en el papel de Hermógenes Saldivar, un santiagueño analfabeto y con problemas físicos que llega a Buenos Aires con su esposa Gladys (Mónica Lairana) y empieza a trabajar en una cadena de carnicerías regenteada por un hombre violento, codicioso y manipulador llamado Latuada (Ziembrowski), capaz de vender carne podrida apelando a diversos trucos (son muy buenas las escenas en que el personaje de Armando encarnado por De Silva le explica cómo disimular los olores y colores inconvenientes).
Dócil y temeroso, Hermógenes irá acumulando humillaciones e indignidades con el objetivo de mantener a su mujer y a su hijo por llegar. El resto tiene que ver con una subtrama policial y judicial que encabeza Marcelo di Giovanni (Guillermo Pfening), un abogado bastante arrogante que investigará en profundidad el derrotero de Saldivar (su paso casi sin escalas desde un cinismo absoluto en el comienzo a comprometerse con convicción en el asunto es el aspecto más torpe, maniqueo y superficial del film).
Con el cine de Pablo Trapero (sobre todo El bonaerense) y de los hermanos Dardenne como ineludibles referentes y con un clasicismo narrativo que le hace muy bien al relato, Schindel hace gala de una llamativa solidez para combinar el costado humano, la mirada social y la trama policial de la historia. La fotografía de Marcelo Iaccarino ayuda y mucho a crear los climas (sobre todo dentro de esas carnicerías/aguantaderos) para una película desgarradora, implacable y, al mismo tiempo, necesaria.
NOTA DEL AUTOR: Uno de los productores de esta película es mi hermano, Nicolás Batlle. Si algún lector considera que por eso esta crítica está viciada por "tráfico de influencias", "falta de ética" o "imparcialidad" puede descartar esta crítica de inmediato. Están avisados.