Carne podrida.
Joaquín Furriel es un carnicero que comete un crimen en esta fuerte película basada en una historia real.
Nadie puede negar que El Patrón: Radiografía de un crimen, la primera ficción de Sebastián Schindel (Mundo Alas), sea una película interpeladora. Mucho menos cuando sabemos que se basa en una silenciosa y silenciada historia real. Una macabra pero repetida historia de la esclavitud moderna en América latina, el continente más desigual. ¿Hasta dónde es posible explotar a un hombre? Esa pregunta acompasa el derrotero del filme, que no es otro que el de Hermógenes Salvidar, un joven santiagueño que llega a Buenos Aires desde los obrajes de su provincia y consigue un empleo de carnicero bajo las órdenes de un siniestro patrón.
Así empieza el filme, con Hermógenes detenido, a punto de ser condenado a cadena perpetua por un crimen que cometió. La mirada está puesta en la Justicia, en los azares y codicias de un mundo de intereses y formalidades deshumanizados. Y en la injusticia de afuera, por eso Schindel va y viene con sucesivos flashbacks a la miserable historia de este personaje encarnado por Joaquín Furriel en una llamativa transformación física, de oficio y lingüística que lo convierten en este santiagueño apocado y sumiso, caracterización de la que en conjunto sale bien parado.
La mirada está puesta en el criminal aprendizaje de Hermógenes, sumergido en el oscuro negocio de su patrón, su dueño (Luis Ziembrowski), dueño también de varias carnicerías de barrio, un estafador humillante que le enseña las artes de vender carne podrida tras el mostrador. Una historia impactante que podría ser parte de un guión vegano, un submundo descripto con la certera información de un documentalista, Schindel, que espantará a más de uno. Los trucos más viles del carnicero, justo en éste, el país de las vacas.
Pero hay una historia mayor. Las nuevas formas de esclavitud, que pueden ocurrir en una carnicería, en un taller textil, o en el medio del campo. Vieja historia apuntada aquí por protagonistas de fuste. Guillermo Pfening, haciendo de abogado; Germán De Silva, de instructor de carniceros truchos; Mónica Lairana, de esposa de Hermógenes. Es cierto, le faltan matices a estos personajes, que son cien por ciento sumisos, o viles, o comprometidos. Y el desenlace de la historia está, quizá, muy anunciado. Pero son denuncias necesarias, invisibles por repetición. Hablamos de la esclavitud, de la bronca acumulada, no de las carnicerías. Aunque si va a comer un asado, vea El patrón otro día.