Coulrofobia
La historia detrás de El payaso del mal (Clown, 2014) es que Jon Watts y Christopher D. Ford subieron un trailer falso a YouTube anunciando que Eli Roth produciría su película sobre un payaso endemoniado. Roth vio el trailer, y en vez de demandarlos les dio el dinero. Profecía autocumplida si alguna vez la hubo.
La trama, en una sola oración: un hombre se pone un disfraz de payaso y no se lo puede quitar. Apurado por encontrar un reemplazo payasesco para el cumpleaños de su hijo, se pone un traje que encuentra de casualidad en un viejo baúl. Se maquilla, se calza la nariz roja, se pone una peluca multicolor y se encierra en el traje. Pero al día siguiente no se lo puede sacar. El maquillaje no se lava. La nariz y la peluca se han asimilado. Y el traje (no tiene cierre) se ha constreñido a su cuerpo. Los intentos del personaje de quitarse ciertas partes del disfraz son dolorosos y sanguinarios.
Lo que sigue es un procedimiento muy parecido al de La mosca (The Fly, 1986). Acompañamos a un hombre que lenta e irrevocablemente se va despojando de su humanidad mientras se convierte en un monstruo, muy a su espanto, y comienza a poner en peligro a la gente que ama (su mujer y su hijo). Si el tipo además fuera alcohólico la historia podría haber sido escrita por Stephen King. Pero no, el protagonista ansia vorazmente carne de niño, no alcohol.
Kent (Andy Powers) termina disfrazándose encima de su disfraz y solicitando la ayuda de un tal Karlsson (Peter Stormare), hermano del anterior dueño del traje y el único que puede explicar qué está ocurriendo. Karlsson prefiere matarlo y arrancar de cuajo el problema (y su cabeza); Kent huye y comienza a acechar campamentos y peloteros en busca de niños para devorar.
Andy Powers está muy bien como el pobre tipo. Le toca vestirse de payaso toda la película, usar ropa indigente encima del disfraz, e interpretar a una persona escondida bajo tres capas de indumentaria y maquillaje que recorre un amplio gamut de ansiedad, irritación, pánico, confusión, tristeza, suicidio y finalmente bestialidad. Pese a la suma idiotez de la trama, el tipo vende el suplicio de su personaje, de una persona cuyo cuerpo la traiciona.
La otra mitad del crédito va para Alterian Inc., la compañía de efectos especiales a cargo de crear el disfraz payasesco. Pertenece a Tony Gardner, quien sabe lo que hace. Trabajó con Rick Baker, maquilló los zombies de “Thriller”, vistió al duo robótico Daft Punk, le cortó la mano a James Franco en 127 horas (127 Hours, 2010) y añejó a Johnny Knoxville 50 años en Jackass: El abuelo sinvergüenza. Aquí el traje maldito va mutando asquerosamente mientras reconfigura el cuerpo de Kent de manera que se asemeje, grotescamente, al de un payaso.
La película va a ser un éxito con los niños y los coulrofóbicos. En los demás no inspirará mucho temor. El payaso del mal es más asquerosa que terrorífica; pasamos demasiado tiempo con el protagonista y estamos demasiado al tanto de su situación y sus movimientos como para sentir verdadero miedo. Sí sentimos asco, y morbo, y un poco de tedio en las partes que se alargan o se conducen formulaicamente. Y sobre todo piedad.