Cuidado con los niños
El payaso del mal dignifica al subgénero de películas de terror sobre clowns diabólicos. El filme narra la historia e un padre de familia que se prueba un disfraz fatal.
Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, en algún lugar del norte de los Países Bajos, un hombre salía de las montañas con la piel blanca y la nariz roja a causa del frío y conducía a los niños de la villa a su cueva (atrapaba uno por cada mes del invierno). Con los siglos, la leyenda del “Cloisne” fue olvidada y se convirtió en el “Clown”. Su rostro blanco y su nariz roja para hacer reír a la gente y entretener a los niños eran su anzuelo.
Así se explica el origen de la figura del “Payaso” (Clown en inglés) en El payaso del mal, película que viene apadrinada (y producida) por Eli Roth, un director que ha demostrado talento y amor por la materia con gemas como Cabin Fever y Hostal. El hecho de que Roth esté de custodio la favorece y por primera vez se nota que hay un intento serio por hacer algo decente con este subgénero tan maltratado por la crítica. No cae en el psicologismo explicativo a lo Rob Zombie y no se olvida de los clisés a los que obliga la categoría.
Hasta ahora no se hizo ninguna película de payasos asesinos que sea una obra maestra. Los títulos de este subgénero marginal y condenado al fracaso en la taquilla siempre ocuparon el lugar de “bizarras” en los videoclubes, ya que la mayoría fueron lanzadas directamente al video y casi siempre se trataba de producciones de bajo presupuesto hechas por amateurs.
El payaso del mal, en cambio, demuestra de entrada un propósito distinto. No demora en mostrar al protagonista, el padre de familia Kent (Andy Powers), y su pronta conversión en el payaso asesino. En el cumpleaños de su hijo Jack (Christian Distefano), los verdaderos payasos contratados para animar la fiesta no pueden asistir y es así que papá Kent decide ir en busca de un disfraz para hacer él mismo del hazmerreír. Pero elige el traje equivocado, un disfraz viejo que tiene una particularidad: es la piel y el cabello de un demonio, que posee a quien se lo pone y cuya única manera de sacárselo es decapitando a quien se lo coloca.
El director Jon Watts va mostrando de a poco la transformación del personaje. El timing para hacerlo, muy a lo Cronenberg en La mosca, es la virtud del filme. Hay además varios planos acertados, por su economía y pertinencia (por ejemplo el cenital para mostrar un choque de auto) y cuenta con una secuencia memorable: cuando están dentro del pelotero en el parque de diversiones y los asesinatos de los niños van quedando fuera de campo.
Roth y Watts conocen el paño y lo demuestran en detalles: los dientes del payaso, la incorporación del ruido que hace Kent cuando empieza a ser poseído (como si las tripas le silbaran de hambre, pero de una manera terrorífica), en cómo Kent lucha por no dejarse poseer, entre otros. El payaso del mal cumple y el resultado dignifica a las películas de payasos diabólicos.