Nunca uses disfraces ajenos
Las películas de payasos asesinos tienen una larga tradición en el cine de terror, desde clásicos como “It, El Payaso Asesino” (1990), hasta propuestas más bizarras como “Killer Klowns From Outer Space” (1988). Más allá de sus diferencias estilísticas y tonales, el factor que aglutina a todos estos films reside en la seductora premisa de convertir a estos amistosos bobalicones que entretienen a nuestros hijos en crueles y psicóticas máquinas de matar, construyendo a menudo un trasfondo simbólico asociado con la pedofilia. El mensaje siempre es claro: desconfiar hasta de lo que nos resulta más familiar.
“El Payaso del Mal” (2014), en ese sentido, es un producto más de la industria estandarizada del terror hollywoodense que no aporta demasiado al corpus existente antes mencionado. Dirigida y guionada por Jon Watts (Cop Car), el film narra la historia de Kent (Andy Powers), un padre y esposo ejemplar que encuentra un disfraz de payaso en el sótano de una de las casas en las que trabaja y decide usarlo para animar la fiesta de cumpleaños de su hijo Jack (Christian Distefano). ¿El problema? El traje tiene una antigua maldición que convierte a quien lo usa en un asesino devorador de niños y, a su vez, le impide deshacerse de él.
Si bien su esposa Meg (Laura Allen) intentará recuperarlo valiéndose de la ayuda del inestable Karlsson (el genial Peter Stormare), que es el único que sabe cómo neutralizar la maldición, la situación se irá agravando cada vez más hasta llegar al descenlace.
El aspecto más interesante de la propuesta que nos convoca reside justamente en el modo en que está filmado ese proceso de transformación que lleva a Kent de ser un tipo jovial e inocentón hasta convertirse en un demonio con nariz roja y maquillaje blanco incapaz de contener sus ansias antropofágicas de jóvenes precoces (entre cuyas potenciales víctimas se encuentra su propio hijo). La caracterización del payaso, el maquillaje y los efectos especiales construyen verosimilitud en el marco de una producción de bajo presupuesto encabezada por Eli Roth (“Hostel”; “El Último Exorcismo”; “Green Inferno”) que además logra correctos momentos de tensión dramática (sobre todo en la secuencia final). De yapa, los personajes no se la pasan tomando decisiones estúpidas como en todas las películas de terror: pulgar arriba en ese sentido.
La nota negativa la dan la reproducción de clichés y lugares comunes que convierten a ésta en una historia demasiado previsible, sin sorpresas y con una narración dispersa. Las actuaciones son bastante flojas, la historia un tanto flaca y, si bien el payaso es lo mejor de la película, le hubiera venido muy bien una mayor dosis de violencia y de gore que aportara una mayor atmósfera de terror. La sensación final es que el demonio no es todo lo malo que podría haber sido. Una pena, porque no hay nada como un buen payaso asesino.
Por Juan Ventura