Un susto que termina en chasco
Tal vez poco o mucho tenga que ver el nombre de Eli Roth detrás de este proyecto cinematográfico dirigido por Jon Watts, que tiene por protagonista a un payaso. Lo cierto es que sin estar frente a una obra maestra del género, la calidad de este film se sustenta desde dos pilares importantes: su factura artesanal y su mirada poco convencional de un cliché del género como el de los payasitos demoníacos, abanderados desde It (1990) hasta muchas películas mediocre que pueden rastrearse aún si se busca recuperar ese miedo infantil tan rentable al cine de terror.
La premisa -más que sencilla- podría tranquilamente ser el argumento para un buen cortometraje, o capítulo de serie unitaria con elementos sobrenaturales, y arraigada a una tradición escandinava, que desmitifica el aspecto bondadoso y risueño de los clowns para simplemente dejar en claro que se trata de perversos que se pintan la cara de blanco y comen chicos.
A no enchascarse con niños envueltos, porque aquí de las víctimas, todas ellas asesinadas fuera de campo, quedan los huesitos pero a diferencia de lo demoníaco en primer plano, en realidad opera una lenta metamorfosis que hace mella tanto en la psiquis como en el cuerpo de un agente de bienes raíces, quien encuentra para su mala suerte un traje de payaso y sólo con tomar contacto con el objeto se va transformando paulatina y tortuosamente en el monstruo del afiche.
El payaso del mal (2014) arranca por méritos propios como una promesa, sin dejar de lado los elementos característicos del género, pero siempre en búsqueda de un giro inesperado para aquellos fanáticos. Sin embargo, pierde fuerza al promediar su segunda mitad y cae en la tentación del gore ATP, en ese sentido el nombre de Eli Roth no es otra cosa que puro maquillaje y por eso comienza como un gran susto para terminar como un gran chasco.