Ubicada dentro del género de terror y más precisamente de un nuevo subtipo de filmes que pueden ser llamadas como “retro terror”, que encuentra en el “homenaje” a viejas películas su materia prima para consturir el relato, “El Payaso del Mal” (USA, 2014), de Jon Watts con producción de Eli Roth, se presenta como una buena propuesta para los adeptos a este tipo de historia concreta y sintética.
“El Payaso del mal” bien podría ser una adaptación de algún viejo cuento del maestro del horror Stephen King, porque en su atmósfera y narración hay pequeños destellos de muchas otras clásicas historias revisitadas y muchos puntos en común con algunos relatos como “Maleficio” o “Sortilegio”, novelas que, ya han sido llevadas al cine y que desde una pequeña anécdota terminan construyendo una épica sobre el bien y el mal y la decisión de algunos de quedarse en uno u otro bando.
Y si bien en éstas dos películas mencionadas la contraposición entre roles y lugares era más notoria, en esta oportunidad, Watts, trabaja con la negación de un lugar claro en el que se debe colocar el espectador, que más que en el de pasivo receptor, hasta que la tragedia que toma por sorpresa a una familia se esparce, debe decidir si acompaña al perverso clown del título en su periplo hacia la oscuridad total.
En “El payaso del mal” hay un ascendente ejecutivo inmobiliario llamado Kent (Andy Powers) que por cumplirle a su pequeño hijo la fantasía de tener en su fiesta de cumpleaños a un payaso (el contratado cancela a último momento), decide ponerse un viejo traje de clown encontrado en una vivienda en reparación que comercializa.
Sin saberlo, ese mismo traje será el que, luego de dormirse con él y ante la imposibilidad física de quitárselo, irá transformándolo en un terrible villano que, según luego se enterará, forma parte de una vieja leyenda en la que deberá consumir “niños” para poder subsistir y evitar quedar finalmente mutado a la más horrible caracterización, la más grotesca, y la más alejada, de aquellos bufones que otrora supieron entretener a las grandes audiencias.
Watts va deformando el mito del payaso para hablar de la necesidad de cumplir con algunos roles en la sociedad y de cómo éstos ante alguna modificación van mutando hacia un lugar mucho más oscuro y complejo.
Si bien no es la primera vez que el tema de payasos y maldad ha sido trabajado desde el cine, es justamente en su posibilidad de revisitar el género y de tomar de sus predecesoras aquellos puntos más relevantes en donde “El Payaso del mal” funda su posición de disfrute y placer de género.
Watts va dosificando la transformación de Kent y agrega indicios de la posible amenaza que él mismo puede llegar a convertirse para su propia familia. Su pequeño hijo (Christian Distefano) y su mujer (Laura Allen) irán colaborando con él, a pesar de los denodados esfuerzos de un misterioso mercader de objetos mágicos y circenses (Peter Stormare) por aclararles que todo aquello que puedan creer como bien para su padre/marido en realidad será contraproducente.
El efectismo en algunas escenas quitan peso a una historia que trabaja con climas y atmósferas logradas, y que principalmente en la clara transmisión de un cuento de hadas a la inversa, en la que todo de un momento para el otro cambia, sin una solución cercana aparente, y en la que un estado de equilibrio inicial, el de una familia ideal, con anhelos y con planes por venir, termina viniéndose abajo cuando la cabeza de familia pierde justamente la cabeza, es en donde la materia prima del relato se regodea con el gore y aprovecha el placer de género para construir una de las historias de género más interesantes de los últimos tiempos.