Lo que parece a primera vista una película sobre el particular mundo del fisicoculturismo es mucho más que eso. El perfecto David es, antes que nada, la historia de una relación tóxica entre una madre extorsiva y un hijo nada proclive a la rebelión que se somete mansamente a su deseo. También es una mirada aguda sobre los caprichos del artista burgués: todo el esfuerzo agotador que el protagonista hace para modelar su cuerpo está relacionado con el proyecto delirante de esa mujer fría y egoísta (Umbra Colombo, muy precisa en el papel) que mide el tono de su musculatura como si se tratara de una mera figura esculpida en piedra y hace cálculos sobre la futura repercusión de su obra.
Detrás del proyecto estuvieron dos productoras que trabajan desde hace un buen tiempo con la visibilidad de las problemáticas de la comunidad LGTBIQ+, Oh My Gómez y Roberto Me Dejó Films. Y tiene sentido, porque El perfecto David también aborda el tema de la sexualidad desde una perspectiva bien amplia: hay un erotismo patente en los cuerpos torneados que aparecen en la película, un deseo homosexual reprimido que parece a punto de liberarse, conversaciones picantes entre jóvenes estudiantes con la libido encendida e incluso un incómodo conato de incesto.
En su debut en la dirección, Felipe Gómez Aparicio -cuya experiencia profesional hasta ahora estaba más relacionada con el mundo de la publicidad- maneja todos esos resortes con criterio, en el contexto de una película de ambiente denso y por momentos asfixiante en el que se filtran muy pocos haces de luz (el trabajo de fotografía de Alphonso Veloso, de hecho, es un componente dramático clave para acentuar ese clima).