La masculinidad como identidad tergiversada
La ópera prima de Felipe Gómez Aparicio tiene una premisa potente que se pierde con una ejecución inocente.
¿De qué va? David, un adolescente que entrena día y noche para convertirse en la musa de su madre artista, debe lidiar con una crisis de identidad que marcará su camino para siempre.
Mientras levanta kilos y kilos de fierro para tornear sus hombros, los ojos de David (Mauricio Di Yorio) se desvirtúan al observar a Mastodonte (José Luis Sain) que, como su nombre indica, entrena sus músculos extremadamente trabajados, dejando ver el límite al que puede llegar un hombre a la hora de evolucionar su cuerpo en una figura de perfección anabólica.
Entre sonrisas y ojos confidentes, David deja entrever tanto su admiración como su deseo prohibido, remarcando las preguntas que inundan la cabeza del adolescente conflictuado. ¿Es una mirada lasciva o de fascinación? ¿Quiere ser como él o estar dentro de él?
A esta realidad se le suma la figura autoritaria de su madre, Juana (Umbra Colombo), la verdadera Puppet Master que está detrás tanto del entrenamiento corporal del joven como de la construcción de su propia identidad.
Siguiendo una rutina que lo hace crecer más y más, él sigue la tutoría de su progenitora al pie del cañón, dejando de lado una adolescencia llena de salidas y noches agitadas. Pero el frío tacto de las mancuernas descascaran sus manos agrietadas, como si de una alerta de su propio cuerpo sufriente se tratara. Una alerta de cambio.
El Perfecto David
Con esta premisa potente se presenta El Perfecto David, la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio, una película que, como muchas obras iniciales, se pierde en ser un ensayo que describe ciertas problemáticas con planos bonitos más que una exploración que se despegue con inteligencia de su planteo inicial para brindarnos una obra que trascienda.
Con actuaciones que no destacan más que para representar diálogos explicativos y casi burdos, el casting se apoya en simbolizar estereotipos. La madre abusadora, el hijo en conflicto, los compañeros verborrágicos e inmaduros y la piba como símbolo de deseo no son más que algunas de las figuras que rondan por la película, remarcando que la pobre exploración de personajes se limita más a un trabajo final de primer año que a una reinterpretación propia de lo que pueden dar sus personajes, corriéndose de la obviedad y la comodidad.
Sumando problemáticas a una premisa que cae en una ejecución inocente, el montaje recae en el hartazgo de una planificación que reitera constantemente el accionar de nuestro protagonista sin mostrar nada nuevo en los minutos venideros. Entrenamiento, idas y vueltas en un auto silencioso, más entrenamiento, rostros inexpresivos, más entrenamiento. Sacando ciertas intervenciones que sí logran reflejar la interioridad conflictiva de David, el film confunde tempo dilatado con robo de minutos.
A pesar de estos condimentos que amargan un poco esta ensalada, es justo remarcar que la simpleza de la historia trae a colación matices riquísimos, brindándonos una mirada interesante sobre la masculinidad y el cómo este ideal de virilidad colectiva no trae más que confusión y barreras a una mente que no busca más que explorar su propia identidad.
El Perfecto David está lejos de ser un trabajo redondo pero, de todas formas, es un ejercicio que nos permite reflexionar sobre las decisiones tomadas y sobre cómo una mirada inocente sobre una problemática real necesita ser reinterpretada y expuesta con algo más que planos estéticamente bonitos.