El cuerpo que habla.
En esta ópera prima de Felipe Gómez Aparicio uno de los protagonistas principales es el cuerpo. De inmediato, relacionado con los músculos y las contracciones de extremidades, la sobre exposición corporal y la exigencia extrema forman parte de una rutina que se repite y que experimenta un in crescendo a medida que los minutos avanzan.
Que el protagonista de esta historia se llame David no es para nada casual si pensamos en la famosa escultura del célebre Miguel Ángel Buonarroti, modelo canónico de las artes clásicas en contraposición con las nuevas escuelas de arte que hacen de las performances o instalaciones un nuevo código libre de interpretación, y que entre otras cosas busca el impacto y la provocación en todo aquel observador que se ve invadido, a la vez que inmerso en el espacio que propone el artista.
David, de 16 años (debut actoral de Mauricio Di Yorio), transita como cualquier adolescente de nuestros días por la etapa de la confusión tanto en lo que hace a sus relaciones con su entorno de compañeros de escuela como con una madre para quien el joven parece en realidad un experimento; o tal vez un reservorio de frustraciones y anhelos que se traducen en un vínculo tóxico -sin spoiler por motivos obvios- que será, en el transcurso del derrotero del protagonista, un detonante de cambio para su conducta.
Sin embargo, la austeridad en lo narrativo lleva a que el director opte -de manera saludable- por evitar el subrayado en el relato y confíe en el verdadero poder de lo visual y la puesta en escena para dejar muy bien establecido el escenario en el que se desenvuelve una historia, rupturista y reflexiva, donde se atraviesan diferentes capas, entre las que se puede destacar la utilización del cuerpo como punto de partida de la expresión de una emoción; la pre conceptualización de la mirada machista en un mundo de hombres anabolizados, pero lo más interesante: la sutil amalgama entre lo simbólico y lo natural sin atisbos de realismo como guía, adoptando recursos cinematográficos para generar atmósferas de alta sensualidad.
La pasividad del voyeur en contraste con el exhibicionismo es pura tensión en esta prometedora ópera prima que viene carreteando desde el Festival de Tribeca.