A través de historias, de un frondoso anecdotario del conurbano bonaerense, José Celestino Campusano ofrece una mirada radical y sincera de lo que es la vida en los barrios. Naturalmente El perro Molina no es una excepción en su filmografía.
En esta oportunidad cuenta la historia de un ex presidiario que no quiere volver a “embarrarse” y se refugia en los códigos de los delincuentes de antaño. Sin embargo, la situación entre un comisario infiel y su esposa (Natalia) que lo abandona para prostituirse como una forma de venganza, lo obligará a Molina a mediar entre el comisario y el proxeneta (Calavera).
Si bien Campusano es un auténtico artesano de la representación cinematográfica de la verdad, una suerte de militante del cine de lo vivido, existe cierta contradicción entre El perro Molina y su antecesora Fantasmas de la ruta con respecto a la manera de entender y caracterizar la prostitución y los proxenetas. Ya que hay en El perro Molina una mirada romántica sobre el tratante que es el único personaje que comparte códigos con Molina.
Aunque este filme es notoriamente más estilizado que sus producciones anteriores, la contemplación del director no pierde fuerza ni verosimilitud. Aun cuando la heterogeneidad de las actuaciones (notables trabajos de Daniel Quaranta, Florencia Bobadilla y Carlos Antonio Vuletich) provoque ciertos contrastes.
En definitiva El perro Molina es un eslabón más en la notable y necesaria filmografía de Campusano, un realizador que apuesta por retratar la vida en el conurbano profundo, un universo que conoce y que el cine argentino generalmente prefiere ignorar.
Por Fausto Nicolás Balbi
@FaustoNB