Códigos rotos
Fiel y coherente desde sus propuestas cinematográficas, el director José Celestino Campusano escarba con su singular mirada y renuncia explícita de todo tipo de artificio en otra tragedia que esta vez excede las locaciones del conurbano para desplazarse por Marcos Paz; para rozar elementos de género (policial, drama, romance) que la propia realidad sin filtros expulsa con la misma ferocidad que sus películas y personajes extraídos también de esa antropología urbana tan característica de su cine.
De honores y códigos dentro de la marginalidad y más precisamente en lo que a la nueva delincuencia se refiere se nutre la columna vertebral de esta nueva radiografía social, que tiene como protagonista al Perro Molina, interpretado por el actor Daniel Quaranta. Personaje umbral si los hay con destino trágico que también refleja su rol utilitarista y facilitador de la corrupción policial para pagar el precio de su libertad y lealtad de antaño, y así tal vez cumplir su sueño de retirarse con laureles de la delincuencia tras un último golpe, para el cual necesita un discípulo que no lo traicione en un mundo cada vez más viciado y destruido como el que presenta la mirada del director de Vikingo.
José Celestino Campusano presenta una galería de personajes - la mayoría no actores- como el sicario despiadado que se encuentra con la policía en un basural, el proxeneta que se enamora de su última adquisición en el burdel, una mujer casada con un comisario que por venganza a sus cuernos decide vender su cuerpo no por necesidad sino por una mezcla de placer y autodestrucción, elementos dramáticos que hacen de este coro un repertorio elocuente que mixtura prostitución, ajuste de cuentas, lealtades, historias de amor y despechos, con diálogos que a veces escapan por las hendiduras del cine en bruto, pero que se incrustan como cuchillos en el espinazo de los silencios, donde las balas cuando zumban duelen tanto como esos amores no correspondidos o las traiciones de los mejores amigos.