Ana Katz llega a su sexta película habiendo desarrollado no solo una estética personal capaz de encontrar espacios de riesgo para una narrativa que conecta al mismo tiempo con la cinefilia de los festivales de cine y el público en general. El humor, los personajes que son, o al menos parecen, cercanos a nuestra vida cotidiana, los espacios reconocibles, las tristezas y las alegrías comunes.
En El perro que no calla la directora retoma algunas cuestiones que aparecen de alguna u otra manera en el resto de sus películas. El humor absurdo, personajes levemente desencajados de sus contextos y la construcción de espacios asfixiantes. También se mantienen las relaciones sostenidas con pocas palabras, como si entre los personajes hubiera acuerdos tácitos que el espectador desconoce –y que produce diálogos desconcertantes- y las palabras parecen cortarse antes de completarse.
La primera escena de esta película remite a su ópera prima, El juego de la silla. Aquí los personajes se enciman en un espacio pequeñísimo mientras cada uno sostiene un paraguas. En esa conversación hablan y despliegan sentimientos inexplicables a la luz de lo que se trata, generando una conversación cotidiana pero que suena realmente disparatada. Unas repentinas caídas, que abren el espacio a un momento post apocalíptico tercermundista de la película, que coincide con un cambio radical en la vida de Sebastián, recuerdan a su vez a Los Marziano.
Katz vuelve con la historia de este joven solitario a personajes que no se ajustan totalmente a las lógicas de las relaciones sociales, moviéndose con una libertad rayana en lo arbitrario. Eso inevitablemente lleva las historias hacia lugares siempre interesantes. El humor permite desplegar una mirada crítica sobre nuestras relaciones cotidianas, en tanto interpela a lo que es “esperable” que se haga, a aquello que es socialmente deseable para la vida de las personas.
En particular en El perro que no calla el humor que tiene también un dejo de melancolía: expresa que aquello que está desajustado no es siempre la respuesta de los personajes, sino la exigencia social a la que todos estamos siempre sometidos. Aparece como ridículo que un empleado vaya con su perro al trabajo, pero nadie puede responder porque eso no está bien. El problema es la sobre adaptación. Lo que hace Katz es enfrentarnos a nuestros propios ajustes al deber ser desde el humor.
Así, la historia de Sebastián se desarrolla por los espacios que le deja un mundo que no se como él lo ve. Y la felicidad, parece sugerirnos Katz, es posible caminando por esos espacios limítrofes sin caerse nunca al abismo. Como si Sebastián les hablara a quienes lo miran raro y les dijera: “Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos”.
EL PERRO QUE NO CALLA
El perro que no calla. Argentina, 2021.
Dirección: Ana Katz. Intérpretes: Daniel Katz, Valeria Lois, Julieta Zylberberg, Raquel Bank, Carlos Portaluppi, Mirella Pascual y Jimena Anganuzzi. Guión: Ana Katz y Gonzalo Delgado. Fotografía: Gustavo Biazzi, Guillermo “Bill” Nieto, Marcelo Lavintman, Fernando Blanc y Joaquín Neira. Música: Nicolás Villamil. Edición: Andrés Tambornino. Dirección de arte y dibujos: Mariela Rípodas. Sonido: Jesica Suarez. Duración: 73 minutos.