El perro que no calla, el personalísimo proyecto de la realizadora Ana Katz, rodado a lo largo de varios años, posee una estructura elíptica que termina por consolidar aciertos en su narración.
Sebastián (Daniel Katz), es un hombre que deambula sus días sin importarle mucho aquello que acontece a su alrededor. Hombre gris pero con un corazón activo que lo impulsa a alcanzar metas y sueños, ni siquiera los más absurdos planteos que le hacen doblegan su capacidad de entendimiento y amor hacia los demás.
Hay un perro, una secuencia inicial de una verdad que trasciende la pantalla, pero también hay lucidez para que, de alguna manera, aquellos eventos que se van acumulando tras las elipsis utilizadas para narrar el progreso de su vida, sean los fundantes de la historia.
Ana Katz, ubica al personaje protagónico sin envestirlo de estereotipos e ideas preconcebidas sobre la masculinidad, al contrario, en la hermandad con la que se mueve con el resto, hay un desarrollo de una sensibilidad notable, la que, puesta en común con la historia, se permite atravesar uno de los relatos más inteligentes que el último cine local haya ofrecido.