A comienzos de los años 60, Sergio Leone tomó prestado, sin demasiado permiso, el espíritu de Yojimbo de Akira Kurosawa para llevarlo al Oeste del recién nacido spaghetti western, bañado entonces por el sol del Mediterráneo y la música de Ennio Morricone. Así nació Por un puñado de dólares, la primera película de la ‘trilogía del dólar’ de Leone que también haría famoso a Clint Eastwood. Con sus ya 96 años, Mel Brooks emprende ahora el camino opuesto: recupera la delirante historia de su hit Locuras en el Oeste (1974) para llevarla al Japón feudal de samuráis y shogunatos.
Producida por Paramount/Nickelodeon y modelada en el autoconsciente humor de Brooks, El perro samurái funciona como una divertida parodia de ese universo que fue el corazón del jidaigeki japonés y también el centro de la admiración de Occidente después del triunfo de Kurosawa en el festival de Venecia con Rashomon (1950). Un conjunto de tópicos reconocibles y duraderos: samuráis, artes marciales y códigos de honor que se entremezclan en un mundo de animación poblado por gatos en el que un perro desorientado intenta convertirse en el héroe de la situación.
Si el malvado Ika Chu –los chistes reparten sus referencias desde Pikachu a Star Wars- quiere desalojar a los simpáticos habitantes de la aldea Kakamucho, en vísperas de la visita del shogún, será el perro Hank quien escape de su improvisado cadalso y encuentre en la defensa de esa resistente comunidad felina la conquista de la espada de samurái que signó su llegada al reino. Más allá del espíritu canchero y los guiños al público adulto, el interés por la comedia más pura sigue siendo el gran legado de Brooks, artífice de una película a su medida.