Nada de pececitos de colores
Doris Dörrie vuelve sobre el amor erosionado.
La cultura japonesa y los vínculos de pareja -el amor erosionado por la rutina y la posibilidad de reconstruir lazos, incluso tras la muerte, como ocurría en Las flores del cerezo (2008)- vuelven a ser el centro de una película de la alemana Doris Dörrie (¿Soy linda?, Sabiduría garantizada). El pescador y su mujer, anterior a Las flores..., ya que es de 2005, se basa en un clásico de los hermanos Grimm y su estilo es de fábula, transmitida con gran creatividad visual y tono simpático, fantasioso, leve.
El relato de los Grimm y el filme de Dörrie se basan en una mujer ambiciosa (en este segundo caso, sanamente ambiciosa) casada con un hombre mucho menos activo que ella, conformista. La película comienza cuando Ida (Alexandra Maria), una alemana nómade, diseñadora de telas, conoce en un viaje de mochilera por Japón a dos compatriotas: Otto (Christian Ulmen) y Leo (Simon Verhoeven). Los hombres importan Koi: extravagantes peces de colores que en Europa son vendidos a coleccionistas a precios de fortuna.
Ida se enamora y se casa -rápidamente, en Japón- con Otto, el menos pretencioso y atractivo de los dos amigos: un veterinario especialista en parásitos, organismos que viven a costa de otro, como ocurre en el reino vegetal, animal y en muchas parejas. Pronto, ella queda embarazada. El matrimonio, mostrado de a saltos temporales, a pura elipsis, irá mostrando grietas, aunque la directora procura que el filme no pierda tersura. Ida, osada en sus diseños, sueña con llegar a ser Coco Chanel; Otto, que se esfuerza por cumplir las tareas domésticas, y las padece, no parece pretender más que lo que tiene.
Dörrie da muestras, una vez más, de su agudeza, su sensibilidad y su gran imaginación, que logra traducir en imágenes: a través de encuadres novedosos y de planos bellos y asombrosos. La inclusión del punto de vista de pescados en peceras, que mantienen ácidos diálogos sobre la pareja, y que supuestamente fueron matrimonios que no lograron mantener la pasión, agregan fantasía y humor. Un millonario comprador de peces exóticos, su esposa -vinculada al negocio de la moda- y Leo y su esposa japonesa influirán sobre los cambios de Ida: le harán replantearse su vida con Otto.
Con un hombre quedado y una mujer hiperactiva se puede hacer cualquier tipo de filme: hasta el revulsivo Betty Blue, 37,2° a la madrugada. El tono del filme de Dörrie es todo lo contrario: sus criaturas, aun en el malestar, funcionan con simpatía. Sus crisis son planteadas desde la levedad y ciertos toques de realismo mágico. En estos últimos puntos, El pescador... propone más goces fantasiosos que empatías emotivas. Y un final con moraleja. Después de todo se trata de una fábula, que explica que la felicidad puede estar también en la diferencia, adentro de la casa de uno.