Cuarenta mil bacterias
Hace mucho tiempo los hermanos Grimm contaron el cuento de un pececito mágico que concedía deseos a una pareja, pero esta se zarpó en las demandas, el pescadito se cansó y al final se quedaron sin nada. En esta historia encontró su inspiración Doris Dörrie al escribir El pescador y su mujer. Pero concientemente, en la adaptación, corrió el foco del problema de la desmesurada avidez por lo material (que aquí se trata solamente en forma secundaria como detonante de los conflictos) para filmar una comedia romántica y meterse de lleno en el asunto que verdaderamente le importa: saber si una pareja enamorada puede conciliar sus deseos y vivir una buena vida juntos.
Apenas se conocen los protagonistas, el mismísimo pescador del título (que a efectos modernizantes se transforma en esta película en un veterinario experto en peces) le muestra en un microscopio a la que será su novia las cuarenta mil bacterias espantosas que se transmiten cada vez que dos personas se dan un beso. Ambos están enamorados y el dato escatológico no les afecta, pero los espectadores ya estamos avisados de que en el intercambio matrimonial van a pasar cosas desagradables. Durante toda la trama lo importante va a ser descubrir si estos jóvenes se las ingenian para pasarla bien juntos o si estas bacterias/problemas, de existencia tan inexorable como la naturaleza misma, van terminar pudriendo la relación.
Una vez casados el veterinario cría un pez que de repente se convierte en campeón y que les da acceso a una vida próspera. Pero lo que para él es un medio para pasar más tiempo con su familia, para su mujer es un recurso para desarrollarse profesionalmente y conseguir mayores bienes materiales, aunque esto signifique sacrificar espacios de la vida doméstica. Ambas posiciones son legítimas pero incompatibles, alguno de los dos va a tener que resignar sus anhelos para formar una familia.
La película es burlona y los problemas están dulcificados con bella música pop. Aunque su dinámica es casi de screwball, el humor no es de carcajada, sino de sonrisa amable. No obstante, Dörrie no abandona nunca el tono didáctico. Como debe ser en toda fábula, las enseñanzas son explícitas. Todo se ve como las bacterias del microscopio, grande y definido, no hay metáforas ocultas ni personajes velados. El mensaje es honestamente básico, aunque no por eso tonto ni solemne.
Las imágenes, juguetonas, también pueden adjudicarse al imaginario de los cuentos: colores brillantes identifican a los personajes con los pececitos que les andan nadando cerca, el colorado furioso invade los decorados, las peceras y la ropa que usan los integrantes de esta familia en problemas.
También la heroína se las trae. Como hay chicas Almodóvar, debería crearse (si a alguien le interesara) una categoría de chicas Dörrie. A lo largo de su carrera, la alemana construyó un muestrario de mujeres que podrían ser siempre la misma en distintas edades y situaciones. Las féminas en su cine son personales, simpáticas y psicóticas. Con un ojo contemplan su ombligo, pero con el otro miran fijo a los hombres que las rodean. Estas chicas (o señoras) buscan novio o se escapan de él (Nadie me quiere; ¿Soy linda?); se casan, aman, se reproducen, trabajan, cuidan a sus maridos o se pelean con ellos (Las flores del cerezo, Desnudos y, la que nos ocupa, El pescador y su mujer). Todas intentan ser ellas en relación a su entorno. Dörrie es feminista pero bien, explora el lugar de la mujer en su familia y la sociedad desde un punto de vista que prefiere ser más sentimental que combativo o reivindicativo.
Cuando terminamos de ver El pescador y su mujer, el final es feliz como en toda comedia rosa que se precie, pero, paradójicamente, de la moraleja surge un mensaje un tanto escéptico, cínico, e inapelable. Ya con el cuentito de los hermanos Grimm aprendimos que no hay que anhelar demasiado poder y riqueza, ahora con Dörrie nos preguntamos si, al menos, podemos desear un amor bueno y duradero. Miren la película porque es buena y se van a divertir, pero si quieren seguir cándidos y esperanzados, desde ya les digo que en vista de los resultados, mejor no acudan a la alemana.