PERSONALIDADES Y META-PERSONALIDADES
La carrera de Nicolas Cage ha sido un subibaja constante, y no solo por la cantidad de películas en las que participó (desde el 2010 en adelante viene promediando unas cuatro producciones por año), sino también por la diversidad que muestra su filmografía: desde películas de acción baratas y mediocres (Tokarev, Arsenal), hasta dramas independientes con ambiciones de prestigio (Joe, Pig), pasando por tanques animados (Spiderman: un nuevo universo, Los Croods) y hasta films de terror con ánimos de salir de lugares comunes (Mandy, El color que cayó del cielo), y seguro que algo se nos olvida en este repaso rápido. Pero su caso parece ser diferente al de Bruce Willis, que se refugió en el mercado doméstico de las películas de acción, y no solo por la variedad de narraciones y estéticas: también porque Cage casi siempre parece estar poniendo un nivel de energía inusitado en cada película, dejando en claro que hay algo de su personalidad que siempre impregna la pantalla, para bien y para mal.
El peso del talento busca hacerse cargo de ese “para bien y para mal”, construyendo un argumento donde no solo Cage hace de sí mismo, sino que incluso permite una examinación de su carácter de estrella y cómo eso va de la mano de su forma de ser, hasta que no se distingue una parte de la otra. Por eso estamos ante una película que es muchas películas a la vez, a partir de un argumento que tiene una cuota considerable de enredos: Cage está en la lona -a nivel artístico, pero también financiero y personal- y por eso debe aceptar a regañadientes un jugoso cheque para viajar a España y asistir a la fiesta de cumpleaños de un millonario llamado Javi Gutierrez (Pedro Pascal), que resulta ser un capo de la droga que acaba de secuestrar a la hija de un importante político. Esto llevará a que Cage termine involucrado en una operación de la CIA para rescatar a la joven, mientras debe lidiar con su crisis existencial y reexaminar su ego.
Si El peso del talento es, en el fondo, un relato sobre un hombre haciéndose cargo de que no puede estar todo el tiempo mirándose el ombligo, el film de Tom Gormican acumula una multitud de elementos que pretenden decir muchas cosas más. De hecho, se la puede enlazar con otras películas como Una guerra de película o JCVD, que también indagaban en los egos actorales y en la industria cinematográfica como una maquinaria que se devora personas, instituciones y hechos. En el film conviven un relato de amistad entre dos tipos tan megalómanos como inseguros (Cage y Javi); un examen sobre las demandas de la paternidad; un análisis sobre la relación entre público y estrella, y la influencia del universo cinematográfico en la vida de las personas; y una comedia de acción y espionaje, entre varias cosas más. Para sustentar ese ensamblaje, hay un despliegue de ideas bastante potentes -por ejemplo, el alter ego desbordado que es Nick Cage-, pero que solo de a ratos hacen sistema y se apoderan de la puesta en escena.
Hay, es cierto, una saludable apuesta a la incomodidad, incluso yendo a contramano de las expectativas, con personajes bordeando o cayendo en el ridículo, y quizás el más beneficiado en ese esquema sea el personaje de Javi: es un tipo que siempre concibe al cine como un mundo de fantasía al cual escapar de la angustia de la realidad en la cual vive, pero también como una vía en la cual hallar una oportunidad de redención. En eso es clave también la interpretación de Pascal, que demuestra unos inesperados dotes para la comedia y por momentos hasta se roba la película. Sin embargo, El peso del talento no llega del todo a trasladar la mirada de Javi -y la de Cage, con su frágil egocentrismo-, desperdicia algunos personajes en el camino (como los de Tiffany Haddish y Ike Barinholtz) y se ve obligada a resolver los conflictos mediante giros narrativos un tanto forzados. Al igual que Hechizada, otra meta-película que tenía un planteo interesante no del todo llevado a fondo, El peso del talento es atractiva en el antes y después de su visionado, pero no tanto en el durante. Es un experimento con ciertas dosis de disfrute, pero que no llega a explotar todo su potencial, quizás porque no encuentra -o no se permite- apretar el acelerador a fondo.