La película que finalmente terminó ganando la competencia del BAFICI (bajo el título FIFI HOWLS FROM HAPPINESS) es un retrato documental del pintor y escultor iraní Bahman Mohassess, exiliado de su país después de la revolución musulmana y a quien muchos creían muerto. La realizadora lo encuentra viviendo en un hotel de Roma hace años, subsistiendo de la venta de sus cuadros. La película se centra en una serie de conversaciones con este curioso personaje, un gay que desprecia la aceptación de la homosexualidad (“era mejor cuando estaba prohibido”, dice), que ataca a los políticos de su país y casi que odia a la humanidad toda.
Con un tono entre ácido y sarcástico, este artista prohibido (sus cuadros, en algunos casos altamente sexualizados, no tienen lugar en Irán hoy) analiza su propia obra –buena parte de la cual destruyó–, el mundo del arte y hasta intenta manipular a la directora acerca de cómo debe ser el documental que ella está filmando. Una obra de arte comisionada a Mohassess por unos expertos y coleccionistas es el centro narrativo de la segunda parte de este muy buen documental cuyo gran secreto es ir dando a conocer de a poco a este personaje de risa imposible transformándolo de un ser casi irritante y creído a un tipo querible a lo largo de su metraje.