(Auto)Retrato cinematográfico
El Picasso de Persia (Fifi az khoshhali zooze mikeshad, 2014), la ganadora del 16 BAFICI como mejor película de la Competencia Internacional (y casualmente también elegida como la favorita por el voto del público) es entrañable. Sobre el arte y la muerte, con mucho humor y también un poco de poesía, cuenta la historia de Bahman Mohasses, un pintor iraní octogenario que vive (¿escondido?) en un cuarto de hotel en Roma.
Mitra Farahani, la directora del documental, inicia la búsqueda de Mohasses -quien estuvo fuera de la escena cultural iraní desde la Revolución Islámica de 1979 y cuyo paradero es desconocido desde entonces- y al encontrarlo le propone que juntos hagan la película sobre su vida y su obra.
Entonces en El Picasso de Persia, que en realidad es mitad documental y mitad prueba y error sobre cómo hacer una película documental, se entrecruzan la voz del protagonista y la voz de la realizadora, las risas y la complicidad que de a poco los van uniendo y hasta momentos de una intimidad imposible como la agonía.
Pero un pintor al que no se lo ve pintar es un poco incómodo para el medio cinematográfico donde “si no lo veo, no lo creo”. Por eso Farahani sale en busca de los mecenas que puedan pagar los 100 mil euros necesarios para que Mohasses retome su trabajo entre óleos y bastidores. Luego de las desopilantes escenas donde dos hermanos iraníes que viven en Dubai visitan Roman para cerrar los acuerdos de la compra-venta, está todo listo para que Mohasses empiece (vuelva) a pintar. Aunque un final inesperado hará que el lienzo nunca deje de ser blanco. Listo para reescribirse, listo para empezar de nuevo.