Retrato de un artista irreverente
Bahman Mohasses fue un irreverente artista, sin compromisos. Y el documental, seductor, lo refleja tal cual como fue.
Abordar una figura desconocida siempre implica para el público un descubrimiento. Y si ese personaje es contradictorio, justamente la experiencia es mucho más rica. Claro, siempre que la realización no sea simplemente laudatoria, sino que se permita cuestionarlo.
Algo de todo esto hay en El Picasso de Persia, que ganó hace casi un año el premio a la mejor película en la Competencia internacional en el Bafici, cuya nueva edición empieza en una semana. Bahman Mohasses fue un artista plástico iraní, que vivió su arte y su vida sin compromisos con nadie, y con la irreverencia como su principal marca. Un escultor, pintor y también director teatral que fue y volvió de Teherán, hasta que decidió recluirse en la habitación de un hotel... en Roma.
Hasta allí la directora Mitra Farahani, iraní como él, fue a buscarlo. Junto a dos millonarios iraníes que hicieron fortunas en Abu Dhabi y querían conseguir obras del alguna vez llamado Picasso de Persia, lo entrevistó.
El documental también tiene imágenes de archivo en las que se observa el desparpajo -y el talento- de Mohasses, mucha de cuya obra fue destruida por la revolución Islámica. Fue un hombre que, aún enfermo, no dejó de fumar -tal vez la pretendida empatía que la realizadora quiere lograr mostrando al artista pidiéndole cigarrillos, o dándole indicaciones de cómo debía filmarlo es lo que termina acercándolo y haciéndolo más querible a este cascarrabias-.
Por todos estos motivos, El Picasso de Persia es un filme único: qué lleva a un hombre a destruir(se) a sí mismo y a su obra es algo que sobrevuela. No hace falta conocer mucho de la historia de Irán para entender y sentirse seducido por el filme.