Matar al padre
La nueva película del actor y director Víctor Laplace utiliza el concepto freudiano de “matar al padre” para contar la historia de dos monaguillos cuarentones en búsqueda de la libertad.
En la primera escena, un hombre y una mujer corren agarrados de la mano y atraviesan una jungla húmeda y pantanosa. La ropa que ambos llevan puesta desentona. Parecen huir de algo hasta que, de repente, encuentran el paraíso. “Sabía que lo ibas a conseguir. Estamos salvados”, dice ella. Todo es un sueño. Heriberto (Javier Lester) despierta y se da cuenta de que quiere dejar los hábitos para estar con María (Paula Sartor).
Eustaquio (Gastón Pauls) y Heriberto son dos monaguillos de mediana edad que viven en una parroquia a orillas de un río de la selva misionera. Desde muy chicos crecieron al resguardo del Padre Roberto (Víctor Laplace), quien, a pesar de su vejez, sigue a cargo de oficiar la misa; en él está concentrado todo el poder parroquial, aunque necesite de la asistencia de uno de sus ayudantes hasta para hacer pis. Esta falta de autoridad simbólica de Eustaquio y Heriberto sobre sus propias vidas es la causa principal de la crisis de los protagonistas. En tono de comedia, la película muestra la angustia de estos dos adultos al querer independizarse del cura y asumir lo que cada uno quiere: en el caso de Heriberto, su deseo está centrado en María –que no es la Virgen, sino una chica del pueblo- mientras que a Eustaquio solo parece interesarle dejar de ser un monaguillo para convertirse en el nuevo párroco de esa misma iglesia. Pero detrás de los deseos de independencia, hay otro motivo mucho más angustiante: y allí es donde la película adquiere relevancia.
Sigmund Freud se vale de la metáfora del padre muerto para explicar aquella etapa en la que un sujeto logra soltarse de las creencias y los valores heredados de la sociedad –y encarnados en la figura paterna- para acceder a lo que desea de verdad y poder, así, valerse por sí mismo: es el descubrimiento de saberse un otro independiente, con pensamientos y deseos propios. Entonces, para ser libres, hay que “matar al padre”. En El Plan Divino (2019), la pretensión de matar al padre se vuelve una literalidad.
Basada en el libro Niños expósitos de Rafael Bruza, la película tiene momentos de humor negro con el que intenta ironizar acerca de la solemnidad, la culpa cristiana y la castidad. Hay una idea de opresión en esa parroquia en el medio de la selva: por fuera, la belleza del paisaje y los sonidos de la naturaleza representan un edén posible; adentro, un asesinato, mentiras y confabulaciones macabras son perpetrados por los personajes que la habitan. Se deja entrever que alguna vez, ahí mismo, también existieron el abuso y la pedofilia. Pero qué importa si todo eso lleva a la consagración del gran proyecto que el mismísimo Dios tiene para cada uno de los seres de esta tierra, ¿no?
Sólo quienes vindican el pensamiento mágico podrán decir que, al final, todo salió acorde a un plan divino.