Llegando los monos
Un reclamo de cuño humanista se afirma distintivamente en El planeta de los simios: Confrontación, la película que representa un segundo capítulo en esta suerte de reinicio de El planeta de los simios: hay que convivir con el otro, esa sombra que no nos pertenece y sin embargo se mueve a nuestro lado. Nos necesitamos los unos a los otros, casi con desesperación; por lo tanto debemos colaborar, mirarnos a la cara sabiendo que podemos confiar. Creer en nuestro semejante es creer también en nosotros, sumar esfuerzos para el bien general. Esa idea recorre toda la primera parte de la película. Los monos por un lado y los humanos por otro habitan un mundo devastado por la peste pero descubren, incluso a su pesar, que se necesitan mutuamente. Los humanos encuentran una represa en medio del bosque que hay que hacer funcionar para recuperar la electricidad. Los simios ocupan el bosque pero se ven obligados a aceptar la presencia de los extraños, al principio a regañadientes, si no quieren entrar en una guerra directa con un enemigo pertrechado con armas mucho más sofisticadas. Las heridas que se heredan de una convivencia pasada problemática persisten en algunos de los monos, sin embargo; y en las filas de los humanos hay más de uno que desearía ahorrarse problemas y exterminar sin mayor dilación a esos habitantes inoportunos del bosque. Como se ve, hay radicales y contemporizadores en ambos bandos (si queremos perseverar en la saga zoológica, esos que en geopolítica se denominan halcones y palomas); es decir, la película no se ahorra la clase de funcionamiento “en espejo” que facilita la alegoría inmediata e invita al espectador a sumergirse en ese humanismo extendido que entiende al mono como la representación apenas disimulada de un pueblo sojuzgado por otro. El director Mat Reeves, que con Let Me In había mejorado sutilmente la sueca Let The Right One In (esa especie de Melody vampírica), podría haberse consagrado de una vez por todas como un especialista en encuentros cercanos entre seres heridos y desarrapados si no estuviera tan ocupado en insistir sobre la dimensión alegórica de su pequeña fábula. ¿Qué hace uno cuando tiene miedo? Parece ser su pregunta. Quiere eliminar al otro, es la respuesta que no se hace esperar. El director ha montado un espectáculo bienintencionado de más de dos horas y media de duración en el que vemos reflejada una tensión histórica y contemporánea –todos los fuegos, el fuego– con la mayor transparencia de la que el cine mainstream es capaz. El planeta de los simios: Confrontación (nótese que el título en castellano hace explícito lo que el original elude) suplanta cualquier atisbo de misterio por una intriga sumaria (¿logrará la política de las palomas imponerse sobre la política de los halcones?) y entrega su elección edificante como elemento reparador, mientras la música inunda cada escena. Es una lástima, porque Reeves filma bien y logra incluso algunos momentos muy lindos de verdad, como la escena de baile multitudinario en la calle, con The Band haciendo The Weight de fondo (un relumbre solitario, debo admitir, capaz de arrancarme un escalofrío). Además utiliza el 3D con una maestría discreta y ligera, como si hubiera comprendido de forma cabal que la profundidad de campo no es un mero arte decorativo, que tiene como fin alagar de modo espurio los sentidos del espectador, sino una auténtica cuestión de fe en la posibilidad del plano para incrementar dramáticamente el relato. En El planeta de los simios: Confrontación la única emoción verdadera, tristemente, es aquella que está destinada a pasar casi inadvertida.