Obra sólida que sin renunciar a ser comercial hace valer cada una de sus imágenes
Tuvo un excelente comienzo en 2011 el relanzamiento de la saga “El planeta de los simios” con (R)evolución, por ritmo narrativo, creatividad para encontrarle intensidad dramática, y capacidad para hacer una relectura del texto original interpretándolo y re-significándolo; ofreciendo varias aristas para el análisis del espectador.
A partir de la distopía en la que se planteaba la novela original y sus versiones cinematográficas, estas dos producciones consiguen construir un universo tan coherente desde la idea que se aparta del producto pochoclero hollywoodense y deja lugar a una cosmovisión política, social, económica e histórica que gira alrededor de la relación del ser humano consigo mismo, en función de su organización en sociedad; pero también con el mundo que lo rodea.
“El planeta de los simios: Confrontación” toma la posta en el punto exacto dejado por su antecesora: uno de los científicos intoxicado en un laboratorio estornudaba sangre en la cara del vecino (piloto de avión) de César (Andy Serkis), provocando la propagación del virus que se veía multiplicarse en los créditos finales. Casi con los mismos gráficos vemos un globo terráqueo con la trayectoria que alcanza la enfermedad de un punto al otro, disparando a su vez varias redes de contagio. Superpuesta hay una serie de flashes informativos, comentarios e informes periodísticos (¡basta de este recurso por favor!), de manera tal que para cuando aparece el título sabemos que hubo un “paciente cero”, pandemia, disturbios, posibilidades de supervivencia de uno en quinientos y que, finalmente, sólo quedan algunas comunidades humanas incomunicadas por falta de energía. El “virus del simio” aniquiló la raza humana.
A partir de allí, imaginamos que luego de la revolución iniciada ahora la cosa está más equiparada. César tiene su lugar en el mundo, una comunidad organizada a partir de su mensaje (transformado en causa) con él como líder y, por supuesto, tiene una familia. Mujer y dos hijos. Luego de una introducción en la cual vemos un ritual de caza con lección de “piensa antes de actuar” incluida, vendrá la escena disparadora del conflicto.
Dos monos vuelven de pesca y se encuentran con un grupo de exploradores humanos en busca de reactivar una central hidroeléctrica para poder hacer contacto con sobrevivientes de otras partes del mundo. Presa del miedo, uno de ellos hiere de bala a un primate. El alerta deja enfrentados a ambos bandos y a la vez a sus líderes con sus lugartenientes.
Veamos: en el bosque Koba (Tobby Kebbell), mano derecha de César, desea la inmediata aniquilación de los humanos pues todavía le queda rencor por los vejámenes sufridos cuando era un entretenimiento circense. Esto lo enfrenta al jefe desde el punto de vista ideológico ya que él sólo desea que cada uno habite en su casa en paz. Algo parecido ocurre en la zona donde antes se erigía San Francisco. Dreyfus (Gary Oldman) entiende que en su comunidad está todo a punto de estallar por la falta de energía y quiere atacar a los simios ante la oposición de Malcom (Jason Clarke), quién sólo quiere pactar con los monos para que los dejen pasar a arreglar la represa y después cada cual a su casa.
El cuadro de situación entre el mono y el hombre podría resumirse en civilización y barbarie (estoy dispuesto a discutir cuál es cuál), pero viendo que unos y otros se encuentran en ambos extremos del puente de San Francisco es más jugoso pensar en la gran metáfora sobre la teoría evolutiva de la cual, entre el mono y el hombre, sólo queda un viejo puente a punto de desmoronarse, como una vieja idea cuya discusión ya carece de sentido. También de un lado y del otro se plantean juegos políticos, alianzas y traiciones, lo cual remite dramáticamente a conceptos shakesperianos. Los guionistas bebieron (muy bien) de “Coriolano”, “Julio César”, “El Rey Lear”, y hasta de “Macbeth” del gran dramaturgo inglés, si tenemos en cuenta la trama que Koba arma alrededor de un atentado.
En cuanto a la fuente original, la novela de Pierre Boulle, más que una precuela hay, de parte de los guionistas Mark Bomback, Rick Jaffa y Amanda Silver, una deconstrucción previa de la idea para luego armar una nueva muy por fuera de todo lo realizado hasta ahora. Haciendo las concesiones visuales necesarias, Star Wars se puede ver en orden pese a que los episodios IV, V y VI se filmaron entre finales de los ’70 y principios de los ’80, con mucho menos adelantos técnicos. Por el contrario, una vez terminada de ver la tercera parte (a estrenarse en 2016) será poco soportable seguir en casa con las realizadas entre 1968 y 1973. No por una cuestión visual, sino conceptual, empezando por la multiplicidad de lecturas que permite esta nueva versión.
No debería haber más que espectadores agradecidos al término de “El planeta de los simios: Confrontación”. Aún con cambio de director (Matt Reeves por Rupert Wyatt) la idea se mantiene intacta. Sólida. Estamos frente a una obra en la cual nadie renuncia a ser comercial, pero hace valer cada segundo de imagen en pos de hacer una historia bien narrada. Para luego quedará el análisis del texto cinematográfico, la interpretación del funcionamiento de la sociedad occidental tal cual la vemos hoy e incluso la detección de algunos homenajes sutiles al western de John Ford. Hasta eso es lujoso en esta gran película.