Justo cuando parecía que no había ninguna esperanza de ver un gran blockbuster este año, Hollywood distribuye su -hasta ahora- película más inteligente. No entraremos aquí en explicar qué lugar ocupa este film en la serie: mejor decir que es la continuación, diez años después, de aquella sorpresa enorme de 2011 que fue El planeta de los simios: revolución. César -ese chimpancé genéticamente “mejorado” que interpreta el experto en personajes digitales Andy Serkis- es líder de los simios, que han evolucionado. La Humanidad está diezmada y la convivencia entre seres humanos y monos es compleja: en el film, ciertos acontecimientos llevan a la guerra. Lo que importa aquí es que, con inteligencia, el “mensaje ecológico” se ha vuelto político en un sentido amplio; es decir, universal. Y que si bien hay algo de pretensión (y algo de solemnidad inútil y didactismo barato), la realización visual conmueve por su fuerza, su claridad y su creatividad. Las verdaderas emociones del film aparecen cuando todo se pone en movimiento, lo que no deja de ser preciso cuando la historia se basa, en gran medida, en la incomunicación o la imposibilidad de la empatía. Aquí no hay villanos ni héroes, o los hay de ambos lados: de allí el impacto emocional y, también, estético. Lo más sorprendente de esta película es menos su “tema” o sus “profundidades” sino -de allí lo “inteligente”- que la cámara siempre esté donde debe estar.