Los monos tremendos
La segunda entrega de la remozada saga de El Planeta de los Simios ha llegado a nuestra cartelera para renovar nuestras esperanzas en la ciencia ficción y los grandes relatos. En tiempos donde el abuso del CGI parece ser la única constante y donde el guión sólo es un partícipe necesario para el lucimiento del artificio visual, El planeta de los simios, Confrontación es la prueba viviente de que aún puede hacerse buen cine, espectacular, entretenido y con interesantes subtramas. Gran parte de este mérito radica en la experta mirada de su director Mat Reeves, quien supo balancear los recursos técnicos, con las cuidadas interpretaciones y un guión ágil y complejo a la vez.
La acción nos sitúa en un futuro distópico diez años después de los hechos acaecidos en R(evolucion). La humanidad ha quedado diezmada por una fiebre proveniente de los primates -párrafo aparte merece la cuidadísima escena inicial que nos realiza un racconto perfecto sobre cómo se llegó al nefasto presente para la raza humana- y con pocos sobrevivientes.
En este contexto, un grupo de humanos deberá aventurarse en estos terrenos devastados para buscar una fuente de energía para abastecerse. Allí, se toparán con César (Andy Serkis en una actuación que nos lleva a analizar todo un nuevo paradigma en la materia interpretativa), el jefe de los simios, quien los invitará a retirarse de sus tierras. A partir de este momento la narración se dividirá, mediante un montaje paralelo, en un doble eje que planteará las internas de los humanos y la de los monos. Estos últimos conocen la crueldad de los primeros y no desean restablecer el contacto con esa supuesta humanidad. Han logrado establecerse, formar sus familias y convivir en una tranquila armonía. Pero el fortuito encuentro con los humanos revive en el seno del grupo de primates una discusión que ya creían perimida: ¿cuál es el modo de manejarse con el otro? ¿Es necesario dar segundas oportunidades a aquellos que nos han lastimado y vulnerado en el pasado? Este eje argumental se materializa en dos interlocutores: César y Kolba.
Ambos han tenido contacto con el ser humano en sus primeros años. El primero a través de la crianza brindada por Will Rodman (James Franco) en un ambiente cálido y cordial, en el que los límites entre las razas casi se tornaban imperceptibles. El segundo, por el contrario, vivió toda su vida en un laboratorio como objeto pasivo de diversas vejaciones realizadas en pos del bien común. Es lógico entonces que cada uno tenga una mirada diferente sobre la humanidad y sus alcances.
Con muchas similitudes a los planteos realizados en la saga de X Men respecto a la integración y la militancia de las minorías, El planeta de los simios, Confrontación nos plantea la eterna dicotomía entre la resistencia pacifica en miras al mundo que soñamos tener y la militancia activa sobre la base del mundo que efectivamente tenemos. La otredad se convierte así en el elemento definitivo de la puja de poderes dentro de cada uno de los grupos que reconoce a lo que está más allá como una amenaza al endeble equilibrio adquirido.
Desde la perspectiva humana, tenemos a Malcolm (nombre por demás significativo) quien encarna al hombre conciliador, con una familia constituida que sólo desea lo mejor para los suyos y una sana convivencia con los monos. En contraposición, Dreyfus (Gary Oldman) que sólo desea la supervivencia de los humanos aún a costa de un enfrentamiento armado entre las distintas facciones. Es así como no únicamente las razas se verán enfrentadas sino también las diversas posturas sobre la resistencia, el armamentismo, la superioridad y la convivencia entre diferentes.
Mat Reeves logra mixturar dos universos que muchas veces se creen incompatibles: el de la grandilocuencia visual y el del guión cuidado. En tiempos donde la pantalla se puebla de explosiones y seres digitales totalmente abandonados a la suerte de una narración casi inexistente, este director renueva nuestra fe en el séptimo arte.
El planeta de los simios, Confrontación nos brinda un relato oscuro (mucho más que el primero), con escenas de despliegue visual increíbles y donde las actuaciones de Andy Serkis y Toby Kebell nos permiten desdibujar los limites de la interpretación actoral tal cual la conocimos hasta la fecha.
El artificio digital cuando es equilibrado y manejado con inteligencia nos ofrece maravillas como este film que sin lugar a dudas termina de confirmar el gran oficio de su director (quien ya había logrado impresionarnos favorablemente con Cloverfield y Déjame entrar) y ahora con el comienzo de una de las sagas de la década.