La tercera parte de la nueva saga de la clásica historia es una película bélica, intensa y grave, en la que simios y humanos se enfrentan por el futuro de un mundo cada vez más violento e irracional. Cualquier similitud con la realidad no es mera coincidencia…
Un tanto discretamente, sin tanta espectacularidad pero con resultados dramáticos mucho más convincentes que los de otros títulos con más prensa y un nada desdeñable éxito comercial, desde 2011 viene desarrollándose una nueva trilogía de EL PLANETA DE LOS SIMIOS, virtual reboot de la saga comenzada en 1968 y terminada a mediados de los ’70 luego de cinco películas y dos series de televisión (no contemos aquí el fallido intento de Tim Burton en 2001). Más grave, severa y adusta que otras superproducciones, la nueva trilogía de “Los Simios” no teme combinar temas que podemos suponer culturalmente relevantes (el trato con las minorías y los inmigrantes, digamos, representados aquí por los simios pero aplicable a otras “amenazas”) con espectacularidad visual, acción y suspenso.
EL PLANETA DE LOS SIMIOS: LA GUERRA lleva esa gravedad a un extremo aún mayor. En lo que prácticamente podría ser una remake conceptual de APOCALIPSIS NOW, el filme de Matt Reeves (ahora encargado de recauchutar al Batman de DC/Warner) se centra en el enfrentamiento entre César, el inteligente lider de los simios que superó un intento de rebelión interna en el filme anterior, con un Coronel que –en plan Kurtz– se ha convertido en el líder supremo de una organización militar que quiere acabar como sea con los simios. De hecho, tiene a muchos esclavizados, puestos a construir un muro para proteger a los humanos tanto de los propios simios como de otros humanos que no están de acuerdo con sus crueles métodos. Pero César ya no es el mismo simio conciliador del filme anterior ya que una serie de hechos violentos lo han vuelto potencialmente tan cruel y vengativo como sus enemigos.
De no ser por la particularidad de que gran parte de sus personajes son monos y gorilas, el filme de Reeves tranquilamente podría ser una película bélica de la Segunda Guerra Mundial, de esas en las que un grupo de soldados son apresados, tienen que escaparse y cumplir una peligrosa misión. De hecho, es tan natural la manera en la que los simios se comportan, mueven y, en algunos casos, hablan, que uno se acostumbra rápidamente a la convivencia. En paralelo, una mutación del virus que hizo volver más inteligentes a los simios está afectando a algunos humanos de forma opuesta por lo que, en ciertos momentos, es dable pensar que la facción más inteligente en esta serie de batallas es la de los animales.
Reeves organiza el material de manera clásica, con César volviéndose cada vez más violento y vengativo a partir de las crueldades de las que es víctima o testigo, al punto de advertir que su propio “odio racial” no es muy distinto que el del alucinado coronel (muy bien eencarnado por Woody Harrelson, con obvios guiños al personaje de Marlon Brando en el filme de Francis Ford Coppola) y que los motivos son, también, muy parecidos. A lo largo de la historia habrá una serie de personajes de cambiantes fidelidades, además de otros (como una niña muda a causa de la mutación genética o un simio de zoológico que nunca termina de funcionar como comic relief) que serán parte de la batalla frente al más anónimo grupo de humanos que los persigue y aprisiona.
Que el “simio malo” –como se autodenomina el nuevo personaje, “encarnado” por Steve Zahn– no termine de funcionar habla de la gravedad del tono del filme de Reeves, quien se ha tomado seriamente –acaso, demasiado seriamente– la densidad conceptual de la película. Un poco como sucedía en los filmes de Batman de Chrstopher Nolan (por algo es lo que lo han llamado para las nuevas), hay una acaso excesiva necesidad de demostrar que lo que el hombre está haciendo no es un simple filme de entretenimiento masivo sino un tratado ético y hasta moral sobre el estado de las cosas. Hay un muro a construir, hay simios que son claras metáforas de inmigrantes o minorías, hay discusiones sobre el “ojo por ojo” y la desmedida violencia a la que se llega cuando se superponen venganzas ad infinitum y así. Todo eso, que bien puede ser parte del cine más comercial, por momentos se siente un tanto discursivo, casi solemne.
De todos modos, Reeves crea un universo que se integra fluidamente y que casi necesita de esa gravedad, cuya base narrativa es fundamentalmente bíblica. No es una película de superhéroes en la que, muchas veces, esos temas están metidos forzadamente en la trama sino una que, naturalmente, lleva al espectador a plantearse esas cuestiones. Además, las dos películas anteriores –especialmente la segunda– traían consigo esa densidad. Esto no quiere decir que LA GUERRA no tenga grandes escenas de acción y de suspenso ni que sea poco atractiva como espectáculo. Al contrario. Tiene la potencia de un filme bélico/post-apocalíptico clásico, más cercano a MAD MAX que a cualquier otra saga actual.
Y si bien la trilogía cierra de manera contundente y dramática, los que vimos los filmes originales sabemos que aún hay más material sobre el que avanzar, ya que no es difícil conectar situaciones y personajes de este filme con los de aquellos viejos protagonizados por Charlton Heston y Roddy McDowall, aunque sin tantas bizarras vueltas temporales como las que existían en el filme de Burton.
Un párrafo aparte merece la actuación de Andy Serkis en el rol de César, algo que ya ha despertado debates acerca de si un actor que trabaja a partir del sistema “motion capture” (Serkis actúa pero lo que vemos es una reconstrucción digital de su interpretación) puede o no ser nominado a premios, tipo Oscar. Viendo EL PLANETA DE LOS SIMIOS: LA GUERRA es claro que, de Gollum a esta parte, Serkis se convirtió en un maestro del formato y que, premios o no, seguramente pasará a la historia como el actor que mejor entendió como trabajar dentro de un sistema que, unas décadas atrás, era inimaginable. Es César el alma de esta muy buena película/saga y el mérito puede ser, en parte, del equipo técnico, pero es fundamentalmente suyo.