Llegando los monos
La tercera parte de la nueva trilogía de El planeta de los simios es la más ambiciosa y profunda, pero también la más solemne.
Después de la fallida remake de Tim Burton (2001), la 20th Century Fox barajó y dio de nuevo con El planeta de los simios: ®Evolución (2011) que tenía una premisa completamente distinta a la original: se olvidaron del twist final, del concepto del planeta alejado e imaginaron un virus creado por el hombre que, experimentado en los primates, los vuelve súper inteligentes y, por lo tanto, rebeldes y revolucionarios. La idea era excelente: no atarse a eso que fue extraordinario pero irrepetible de El planeta de los simios de 1968 (hasta hay una escena de Mad Men en la que Don Draper lleva a su hijo a verla, y queda conmocionado) y meterse de lleno en el concepto de una raza siendo oprimida por otra, un poco como Conquest of the Planet of the Apes (1972), la cuarta película de la pentalogía original.
En la segunda de esta nueva trilogía, El planeta de los simios: Confrontación (2014), el trabajo de performance capture para interpretar a los simios (animación que captura los movimientos humanos de un actor y, por lo tanto, resulta en personajes muy realistas y con gestos sutiles y complejos) llegó a un nivel de detalle que parecía imposible. Con ese avance tecnológico, el director Matt Reeves (responsable de Cloverfield y la remake de Criatura de la noche) pudo contar una historia compleja en la que humanos y simios deben coexistir en ambiente de violencia inminente, hasta que los extremistas de cada bando desatan una guerra. Como suele suceder en estas historias, las referencias a la realidad son evidentes.
Ahora llega la tercera, El planeta de los simios: La guerra, que sin dudas es la más ambiciosa de todas y le pone un punto final (o quizás un punto seguido, porque puede que haya una cuarta película) a la trilogía. En ella, un coronel loco (Woody Harrelson, a imagen y semejanza del Kurtz de Marlon Brando) asesina a la familia de Caesar (Andy Serkis), el simio líder, que va en busca de venganza. Con cierta estructura de western por algún duelo de arma de fuego, por los caballos y por la venganza, La guerra es la que más bucea en la psicología de Caesar.
Con apenas tres personajes humanos importantes (además del Coronel está Preacher, interpretado por Gabriel Chavarria, y la nena Nova, Amiah Miller), la película está contada desde el punto de vista de los simios. La traición, la sed de venganza, el sentido de justicia, la rebeldía, todos son temas que atraviesan sobre todo a Caesar, un líder quizás demasiado puro y poco contradictorio para una película que se pretende tan profunda y ambiciosa. Persigue al Coronel, pero a la vez siente remordimiento. Y si bien los efectos especiales son extraordinarios, por momentos parece un poco risible ver a un mono con conflictos tan shakespeareanos.
Si bien estamos hablando claramente de una película que está por sobre la media, es imposible no percibir cierta solemnidad y búsqueda demasiado evidente de mirarse en sus pares más prestigiosas. Las referencias al western y la presencia de una nena medio salvaje recuerdan a Logan. Aunque ambas películas de filmaron casi al mismo tiempo, da la sensación de que hay algo en el aire, un nuevo yeite de Hollywood.