La humanidad pensada con mente de simios
La nueva saga de El planeta de los simios cobra con cada película un mejor y más afinado sentido político. Nuevamente con dirección de Matt Reeves, El planeta de los simios: La guerra (War of the Planet of the Apes, 2017) alcanza genuinos picos dramáticos para conquistar a la gran platea.
Con la coronación de Caesar (Andy Serkis) como líder absoluto hacia el final de la El planeta de los simios (R) Evolución (Rise of the Planet of the Apes, 2011, Matt Reeves), se abría la posibilidad de un nuevo enfrentamiento con los humanos, eje de esta El planeta de los simios: La guerra. La incógnita no se instalaba tanto en la trama, sino más bien en el “cómo”; ¿conseguiría la nueva película alcanzar el nivel de empatía con la “platea mainstream” sin por eso caer en el maniqueísmo más ramplón? La respuesta es afirmativa y superadora. Esta nueva visita al universo de los cada vez más numerosos y resistentes simios ofrece emoción e inteligencia, a tono con lo que veníamos viendo en los anteriores dos films.
El comienzo de esta nueva aventura nos muestra a un Caesar resistente, líder de un grupo de fieles que se mantienen expectantes ante una inminente invasión. El fantasma de Koba, cual tragedia shakespereana, intenta aplacar su espíritu de lucha. Se avecinan tiempos duros. Ante el ataque que da inicio al film (esta vez, en cooperación con unos simios desertores), Caesar debe reorganizar su lucha y demostrar que lo que busca es la convivencia. Una tarea difícil, sobre todo porque los humanos han recrudecido su ofensiva, liderados esta vez por un despiadado militar (el “Coronel”, en la piel del gran Woody Harrelson) que también tiene sus motivos personales para atacar. Tras el primer enfrentamiento entre ambos bandos, los simios tienen que reorganizarse y sentar las bases de una nueva comunidad, aunque deban utilizar las armas para lograrlo. En medio de tamaña empresa se toparán con la hija de uno de los humanos caídos, a la que no dejarán de lado para evitarle un futuro inevitablemente negro.
La pregunta sobre quién invade a quién le ofrece al líder y a los suyos la posibilidad de reflexionar sobre la naturaleza del poder, una cuestión tan abarcativa y ambigua que les producirá una división interna. La grandeza de la película es que nos hace añorar la reunión, el encuentro como acto político en sí, más allá de los desplazamientos individuales. La inclusión de la niña se acerca –tal vez, demasiado- hacia el terreno de lo alegórico; el componente “neutro”, especular frente a las víctimas y los victimarios porque sirve para mostrar que todos están perdiendo algo.
El planeta de los simios: La guerra cuenta con una gran producción, utilizada aquí con inteligencia, siempre en función de lo que se está contando, jamás de modo accesorio. Además de un héroe admirable, un grupo de sólidos personajes secundarios y un villano de temer, la película solventa su curva dramática en lo eminentemente visual. Continúa haciendo de los espacios de belleza salvaje un marco ideal para explorar los pasajes bélicos. E introduce la iconografía del campo de guerra a través de un excelente trabajo de arte que sintetiza los núcleos duros de ese lugar tristemente célebre. Pero el corazón de la saga se sostiene aún en la expresividad de los rostros. Es la emotividad de ver la mirada de un simio dejando entrever toda la humanidad que a los humanos les falta.