Un desierto helado es el nuevo escenario elegido para el tercer eslabón de la saga El planeta de los simios, dirigida nuevamente por Matt Reeves, un director que logró darle el vuelo necesario a esta historia que combina acción, recomposición familiar y éxodo a tierras lejanas y peligrosas.
A la manera de un western y sin dejar el costado bélico que propone el título, El planeta de los simios: La Guerra, instala el caos desde el comienzo, pero va más allá del enfrentamiento entre simios y humanos, y focaliza sus dardos en la supervivencia de los más débiles en un campo de concentración liderado por el malvado coronel McCullough -el villano compuesto por Woody Harrelson-.
Sin dejar su visión crítica sobre la política actual de Trump -en la trama la construcción de un muro divide y potencia el racismo-, César -Andy Serkis-, el simio líder de su especie sobrevive a la matanza de su familia y emprende una travesía para encontrar al responsable. Claro que en su periplo lo acompañan otros miembros de su clan y un alocado mono anciano que aporta su cuota de humor.
Lo que atrapa en esta tercera parte, a diferencia de la espectacularidad de las dos anteriores, es su tono crepuscular y la "humanidad" que despiertan los simios en su mezcla de actuación y efectos digitales, con un marco escenográfico único que transmite las situaciones que atraviesan todos los personajes. El relato tiene acción, tensión, logrados momentos emocionales y aprovecha los resortes del suspenso cuando los simios intentan ingresar al custodiado lugar para salvar a los prisioneros.
Asaltado por pesadillas y más humano que nunca, César ha evolucionado como personaje y descubre que la venganza no es el mejor camino para un nuevo futuro que quizás traiga una cuarta parte, una suerte de recomposición donde la maldad quede tapada para siempre por nieve teñida de rojo.