GUERRA FRÍA Y SILENCIOSA
Cuando el director ignoto Rupert Wyatt iniciara esta suerte de remake de la novela de Pierre Boulle con El Planeta de los simios: (R)evolución, sabíamos que estábamos en presencia de un enorme salto de calidad con respecto al primer intento de 1968. La versión anterior a manos de Tim Burton era increíblemente mala y los cultores de la historia estábamos un tanto decepcionados con lo que siguiera deparándole a la saga en sus futuros intentos. Pero la clave de lo que sucedió luego se sostendría en dos pilares: el avance tecnológico que posibilitó la creación de personajes digitales de un realismo asombroso y el gran Andy Serkis. El actor, que ya se lució prestando sus interpretaciones al stop motion en grande y cuyo rostro se popularizaría recién -con la difusión de imágenes del backstage- al crear al legendario Gollum de El señor de los anillos. Serkis compuso a un César tan sólido que se fusionaba perfectamente con su envoltorio digital, era imposible no notar sus matices interpretativos en él. Luego el guión original, el personaje de James Franco y la dirección solvente de Wyatt lograron que el público espere con ansias más entregas.
La segunda parte, El planeta de los simios: Confrontación, mantuvo los aciertos de la anterior pero además incorporó a Matt Reeves (Déjame entrar) en guión y dirección y llevó la guerra a un ambiente más post apocalíptico en el que los simios, en plena evolución y liderados por César, buscaban su espacio fuera de la civilización humana y al mismo tiempo resistían sus embates. La esperanza era el vínculo que el mismo César, tan martirizado y misericorde como Mandela, buscaba afianzar con los humanos que no quisieran ese enfrentamiento entre especies. Otro film que elevó la vara y entregó algo diferente.
Y ahora quedamos en presencia del final de la saga con esta El planeta de los simios: la guerra, repitiendo tanto a Reeves detrás de cámara como a Serkis y sumando al eficaz Woody Harrelson como villano de turno. Pero nuevamente el tono en el que se relata la historia es diferente. Si bien mantiene una línea directa en cuanto al entorno y la línea narrativa de la anterior, baja varios niveles en cuanto a la acción y al ritmo. El planteo de la situación se define de entrada, cuando de manera explícita se da un mensaje al espectador sobre la postura de César y de las distintas facciones humanas que, por un lado quieren seguir el combate contra los simios y por el otro, buscan al líder más inteligente de la especie rival para llegar a algún tipo de diálogo, algo que ya sucedía en la anterior. El problema pasa por la aparición del coronel (Harrelson) cuya postura es tan clara como pragmática. Sus intenciones van mucho más allá de defender intereses personales y está dispuesto a terminar esta guerra eliminando a tantos propios y enemigos como sea necesario para mantener el predominio humano.
Pero hasta llegar al momento en el que César y el coronel puedan declararse mutuamente sus intenciones, transcurre mucho tiempo en pantalla y el mismo no se llena con intercambio de balas, golpes o explosiones sino a pura intensidad dramática. Los simios escuchan a su líder y se someten a su visión, que sigue siendo la más coherente, lo siguen en su búsqueda y más tarde en su venganza. Lo obedecen y aceptan su carácter magnánimo con sus enemigos, o al menos con los de su especie que no quieren ser parte del conflicto. Y todo transcurre en medio de miradas, de caricias y juegos de manos, de gestos, caminatas, cabalgatas y momentos de reflexión en medio del silencio o de la atinada y melancólica música de Michael Giacchino. Es cierto que maneja el suspenso tenso y calmo de un western, pero también el drama de un novelón rosa de época. O por momentos de uno carcelario. No obstante cada tanto hay picos de acción como para sacudirnos de la butaca aunque muy breves, para caer otra vez en el ritmo y resurgir con algo de potencia al final. Ayudan los pocos momentos de tensión que se crean entre el coronel y César y redunda el momento en el que el simio vocifera y deja a todos atónitos al descubrir su capacidad y voluntad de no rendirse. Pero también aburre, aburre cuando todo sigue en ese tono de miradas, silencios y resignación hasta que suceda lo inevitable.
Porque ocurre que el guión tampoco es innovador. La historia en El planeta de los simios: la guerra es predecible, habita y habilita lugares comunes para que no haya sorpresas. Desde ya que es intencional, Reeves decide que lo más destacado pase por los sentimientos y las expresiones en sus personajes no-humanos. Es probable que sea la primer película en la que un montón de simios en pantalla, 100% creíbles -da la impresión de que si uno accediera al set debería poder tocarlos y hablar con ellos con total naturalidad-, actúe con la máxima efectividad y logre una performance mucho más lúcida que sus pares humanos. Supongo que si hay que componer un grupo de personajes enteros en base a motion capture y pagar renders millonarios, será mejor que no haya posibilidad de sobreactuación alguna, y eso también se nota.
No obstante, nunca podría decirse que El planeta de los simios: la guerra sea un producto mediocre. Es intenso, excesivamente dramático, con poco despliegue de acción (sobre todo llevando en el título la palabra “guerra”) y con obviedades en el guión, pero apuesta a eso y no se puede decir que no gane en el balance. Tampoco puede tomarse como un cierre definitivo del arco que propone la saga. El propio Reeves ha manifestado sus ganas de continuar explorando la franquicia aunque antes deberá rendir un esperado examen con The Batman, que podría definir su destino al respecto.
El planeta de los simios: la guerra puede satisfacer en muchos aspectos como los mencionados pero también decepcionar en otros como su falta de humor o de ritmo bélico, porque a veces no se trata de intentar ser Spielberg ni de emular a Terrence Mallick para darle al César lo que es, ya desde hace rato, de Andy Serkis.