A PAPÁ MONO…
A Caesar lo llevan al extremo y ya no quiere fumar la pipa de la paz con los humanos.
Si dejamos de lado esa paparruchada de Tim Burton, y nos concentramos en las mejores entregas de esta saga de ciencia ficción basada en la novela homónima de Pierre Boulle, salimos ganando con un gran relato distópico que habla mucho más de la naturaleza humana, que de la tiranía de los monitos.
En el año 2011, 20th Century Fox decidió revitalizar la franquicia y enfocarse en el comienzo de todo con “El Planeta de los Simios: (R)Evolución” (Rise of the Planet of the Apes), precuela que explica el origen de Caesar y la epidemia que, consecuentemente, puso a los humanos en inferioridad de condiciones; toda una involución, por así decirlo.
Tras este más que aceptable reinicio dirigido por Rupert Wyatt, Matt Reeves (“Cloverfield”) tomó la posta elevando un poquito más esta serie, al punto de otorgarle un significado completamente opuesto a aquella primera película protagonizada por Charlton Heston. Los “changos” ya no son tan mugrosos, sólo otra especie que trata de sobrevivir en medio del apocalipsis.
No sabemos si “El Planeta de los Simios: La Guerra” (War for the Planet of the Apes, 2017) es el capítulo definitivo de esta historia, pero Reeves se aseguró de dejar las cosas, más o menos, acomodadas para conectar los puntos con esa película futurista de 1968.
Tras los acontecimientos de “El Planeta de los Simios: Confrontación” (Dawn of the Planet of the Apes, 2014), la guerra entre humanos y primates se hizo inevitable. Las acciones de Koba y Dreyfus demostraron todo el resentimiento acumulado y la imposibilidad de la paz (o al menos una sana convivencia) ente las dos especies que, de una u otra manera, sólo saben echarse culpas.
Caesar (Andy Serkis), como líder de la manada, intenta mantener a todos a salvo sin confrontar a los humanos, pero esta posición “pacifista” ya no le resulta, una vez que entra en escena el Coronel (Woody Harrelson), un militar rebelde que tomó la salvación del mundo en sus manos, y su único objetivo es acabar con los primates para siempre. O al menos, eso es lo que dice su discurso paranoico y marcial.
Por su lado, Caesar sigue cargando con la culpa de “simio no mata a simio”, mientras busca atravesar el desierto, dejando los peligros del bosque atrás, y así establecer el clan en una zona más segura. Pero el Coronel y su comando Alfa-Omega no dan el brazo a torcer y en un golpe maquiavélico matan a Cornelia y a Blue Eyes, la esposa y el hijo mayor del mono, que ahora sólo ve la venganza en el horizonte.
Esta es la decisión de Caesar. Abandonar a los suyos mientras buscan asilo y dirigirse a la base militar en el Norte, una misión suicida que va en contra de todas sus convicciones, pero un hecho que ya no puede dejar escapar. Muy a su pesar, no estará solo en esta cruzada, ya que Maurice, Rocket y Luca deciden acompañarlo, un poco como respaldo estratégico, y otro tanto como conciencia para que su querido líder no pierda el verdadero rumbo.
Durante la travesía se encuentran con Bad Ape (Steve Zahn), un simpático monito que ha sobrevivido todo este tiempo por su cuenta, demostrando que hay muchos más como él que siguieron evolucionando más allá del clan. Y también con la pequeña Nova (Amiah Miller), una nena humana que perdió a su familia, y la capacidad de hablar como tantos otros en la zona, una nueva secuela del virus ALZ-113.
Reeves y su coguionista Mark Bomback no se andan con rodeos y, claramente, nos obligan a tomar partido. No podemos evitar (aunque ya lo estábamos) ponernos del lado de los primates, mucho más “humanos” y tolerantes que sus contrapartes evolucionadas. Condescendientes hasta que los empujan al abismo y son obligados a ponerse al mismo nivel de salvajismo. Sí, acá las fieras caminan en dos patas y no ostentan tanto pelo, no tienen pudor en matar a otras especies, ni matarse entre ellos cuando el fin lo justifica
Este es uno de los tantos mensajes que deja escapar “El Planeta de los Simios: La Guerra”, una odisea de supervivencia, acción y mucho drama que nos hace olvidar que los mejores personajes son creaciones computarizadas. El equipo de efectos especiales encargado de la captura de movimientos se merece un párrafo aparte y todos los elogios, pero el alma sigue estando en el guión y la actuación de Andy Serkis, que logra conmover con sus ojos claros, sus palabras certeras y un “disfraz” de CGI que le calza como anillo al dedo. La sensibilidad que transmite es de otro planeta, y contagia hasta las lágrimas, características que vuelven a traer a la mesa la discusión sobre este tipo de personajes y su elegibilidad a la hora de repartir premios.
Las decisiones que Caesar debe afrontar, y por ende las consecuencias, no son diferentes a las de cualquier ser humano que encuentra una encrucijada en medio de la batalla. El director toma nota de varias historias bélicas y deja entrever la atmósfera de la selva vietnamita de “Pelotón” (Platoon, 1986), o la megalomanía de coronel Kurtz de “Apocalypse Now” (1979).
Todo se pone al servicio de la historia y, por momentos nos olvidamos de la ciencia ficción, del apocalipsis y la distopía. Si dejamos los trucos y los (impecables) efectos de lado, sólo nos queda un relato que enfrenta a dos especies no tan diferentes, asustadas, que van hasta las últimas consecuencias cuando el diálogo y la convivencia pacífica ya no tienen lugar, y sólo pueden echar mano de la violencia… y sus instintos de supervivencia.