La nueva serie de “El planeta de los simios” (olviden la que hizo Tim Burton, de paso) es de lo mejor que ha realizado el cine de gran espectáculo en estos años. Esta tercera entrega firmada por Matt Reeves –un muy buen director que crece film a film– es todo lo épica que uno espera y, además, tiene a Andy Serkis, el especialista en personajes digitales que aquí vuelve a demostrar, con cada vez más recursos, que se puede ser un gran intérprete incluso si se está cubierto de píxeles. Es cierto que la película aspira a “citar”, lateralmente, tonos trágicos casi shakespereanos. Que, en cierto sentido –también iconográfico– el espectador no puede dejar de pensar en Apocalypse Now. Y que estas referencias están algo gritadas, como pidiendo legitimidad para la película. Pero los personajes, a pesar de todo, son conmovedores, son humanos. Son, en definitiva y más allá del espectáculo, la razón por la que seguimos mirando hasta el final. Como toda buena película, es también una metáfora del mundo que nos rodea y de sus posibilidades. Y como todo gran cuento fantástico positivo, convoca con limpieza la posibilidad de una esperanza. Filmada con un clasicismo y una precisión no demasiado frecuente hoy en el cine de efectos especiales, está bastante por encima del lote de “tanques” que nos llega a reglamento.