Es necesario, imperante, casi una obligación moral según la consideración de este humilde cronista, aclararle al pueblo freak que las imágenes de alta adrenalina y jugosas dosis de acción que vende el trailer de Rise of the Planet of the Apes, forman parte de apenas una pequeña parte del total de fílmico con el que cuenta este trabajo de Rupert Wyatt, muy alejado de lo visto en las películas anteriores.
Y es que aquí, en esta superproducción de perfecto CGI y que cuenta con la admirable y siempre invisible performance de Andy Serkis (Gollum, King Kong) lo que abundan son las explicaciones, ya que estamos ante un gran prólogo de lo que, es de esperar, será la próxima película de esta saga. Claro, todo esto partiendo de la base según la cual la gente de la Fox no es que tuviera en planes una simple precuela ("rise" significa raíz), sino que se trata de un verdadero y definitivo (ja) reboot de la saga.
El film da inicio con el robo de chimpancés en la selva. Corte y paso a las imágenes de un gran laboratorio en el que se experimenta con los primates, en la búsqueda de un fármaco que logre curar enfermedades mentales, entre ellos el alzheimer.
El trabajo exaustivo del científico Will Rodman (James Franco) le consume su cotidianeidad, al punto de llevarse el trabajo a casa y convivir con uno de los primates en cuestión, César (Andy Sarkis, bajo una tonelada virtual de CGI), hijo de una mona que murió en medio de un ataque de pánico simiesco. Por supuesto que sus genes vienen con el experimento incluído, lo que no tarda en hacerse explícito a través de un desarrollo cerebral anormal para su edad, al punto de alcanzar un nivel de inteligencia fantástico, casi preocupante.
Lo que también se vuelve un tanto preocupante al pasar los 30 minutos de cinta, es la manera en la que Rupper Wyatt alarga las definiciones, o al menos el redondeo de los personajes, que se vuelve cansino, aletargado, como un gran folleto explicativo de la cuestión científica, casi como un film de divulgación sobre el estudio de los monos y sus consecuencias.
La película, sin embargo, cumple su modesta intención de entretener en base a una idea ya conocida y lo suficientemente asentada en el imaginario, quizá por eso sobrevive el suspenso pese a la calma zen de la que hace gala el relato. Estamos más bien ante un trabajo encuadrado en el suspenso científico (recordemos Coma, de Michael Crichton) antes que a un film de aventuras, más allá de que sus últimos minutos hagan gala de una buena dosis de acción.
Si el film funciona en los Estados Unidos (al momento de su estreno se ubicó con rapidez como lo más visto de la cartelera) seguramente tendremos dentro de un par de años una nueva secuela, quizá otra pieza del rompecabezas que comenzó a (re)armar Tim Burton hace ya una década, quizá una que reemplace a aquella. Por ahora, sigamos revisándonos los pelos cinéfilos.