La vuelta al mito de origen (del mono)
Filmada con la más pulcra elegancia y puesta bajo el signo de la corrección zoológico-política, la película dirigida por el británico Rupert Wyatt funciona como precuela de la primera de la serie (la de 1968) y cuenta cómo empezó todo.
Cuando George Lucas inventó el truco de la vuelta al origen (en Episodio 1, La amenaza fantasma), a medio Hollywood se le prendió la lamparita. De allí en más hubo, entre otros regresos a franquicias rendidoras, los de Batman inicia (2005), Superman regresa (2006), Star Trek (2009), X-Men: Orígenes - Wolverine (2009) y X-Men: Primera generación (2011). Ahora le toca a El planeta de los simios viajar hasta donde todo empezó. Séptima de la saga, contando la remake de Tim Burton, Planeta de los simios: (R)Evolución narra el momento y el motivo por el cual los monos se volvieron más inteligentes que los hombres, así como también el surgimiento como tal de César, líder de los superprimates. Esto quiere decir que (R)Evolución funciona como precuela de la primera de la serie (la de 1968) y, a la vez, como suerte de versión alternativa de la tercera (Escape del planeta de los simios, 1971) y cuarta (Conquista del planeta de los simios, 1972), que narraban el nacimiento, crecimiento y liderazgo de César. Que vaya a saber si es el mismo, u otro que se llama igual.
Como manda el zeitgeist post-Alien, ahora venimos a enterarnos de que una empresa tuvo la culpa de todo. Más precisamente, un laboratorio farmacéutico, especializado en genética. Se llama Gen-Sys y convendrá retener el nombre: una coda intercalada entre los títulos finales anuncia que esto no ha hecho más que (re)comenzar. En los muy asépticos gabinetes de Gen-Sys, el Dr. Rodman (James Franco, repuesto del ataque de estatua que le agarró en la noche del Oscar) ha venido desarrollando un compuesto cuya finalidad es la de curar el Alzheimer. Tiene sus razones para hacerlo: su padre (John Lithgow) sufre de esa enfermedad. Como buen científico de ciencia ficción, el Dr. Rodman podrá tener las mejores intenciones del mundo, pero no está a salvo de las metidas de pata: además de reparar el deterioro neuronal y expandir la inteligencia, queda por ver si el compuesto no incentiva la agresividad. Y si sus superiores, llevados por el afán de lucro, no empeoran las cosas.
Obligado a exterminar a la monada entera tras el colosal desastre ocasionado por una mona inyectada, el sensible Rodman atina a rescatar a un chimpancé recién nacido, a quien el padre, lector de Shakespeare, pondrá de nombre César. Shakespeare releído, ¿pero también la Biblia? ¿O no puede verse acaso al despiadado superior de Rodman como nuevo Herodes? ¿Y no está llamado César a ser algo así como el Mesías de los monos? Un Cristo revolucionario, en tal caso, teniendo en cuenta el sesgo que tomará su liderazgo. Filmada con la más pulcra elegancia (tanto en términos narrativos como estéticos, (R)Evolución debe más a la qualité que al pulp) y puesta bajo el signo de la corrección zoológico-política, en casa de los Rodman (reforzados por la más bella veterinaria del mundo, encarnada por la india Freida Pinto) la película dirigida por el británico Rupert Wyatt se toma todo el tiempo necesario para hacer que el espectador sienta, en relación con César, la misma clase de profunda empatía que el chico de E. T. establecía con su verdoso huésped. Con César y con un pobre y cansado orangután, viejo mono de circo con quien confraternizará, cuando le toque ir a prisión y (R)Evolución se convierta en una de cárcel.
No por nada el diseño de los monos –digital y basado en el sistema de captura de movimiento, al estilo Avatar– insumió buena parte de los esfuerzos de producción. Más convincente de grande (Andy Serkis se consagra, después del Gollum, como el mayor especialista en bestias parahumanas del cine moderno) que de chico, cuando se le nota demasiado la cuna digital, no es casual que la cámara busque reiteradamente los ojos de César. Se advierte allí una inteligencia, un paso por delante de la de sus congéneres. Inteligencia que le permitirá conducir la revuelta. Sí: Shakespeare, la Biblia, E.... y Espartaco. Tras un comienzo presto y un intermedio quizá demasiado moderato, el tercer movimiento de (R)Evolución es un allegro vivace, en el que no por romper todo se pierde el carácter (tal vez excesivamente) impecable que signa la película.
Se oyen ruidos en los árboles, caen las hojas sobre las calles de San Francisco. Pero no porque sea otoño: junto con ellas caen sobre los espantados humanos hordas de gorilas, chimpancés y orangutanes, con toda la razón del mundo para haberle dicho basta a la especie (hasta entonces) dominante. Esa razonabilidad del levantamiento hace juego con la impecabilidad estética de esta séptima El planeta de los simios, poniéndola más del lado de lo civilizado que de lo salvaje. Lo cual es perfectamente lógico, teniendo en cuenta –lo sabemos, por las anteriores– que a lo que esta revolución se dirige es a dar un salto cualitativo, que haga de estos pobres monos, explotados y desorganizados, una sociedad más civilizada que la del hombre.