Ya vimos a Charlton Heston llorar por el futuro del planeta... ahora veremos cómo llegamos ahí.
Will Rodman (James Franco) es un científico brillante. Desde hace años está trabajando en una droga que podría curar una de las enfermedades más terribles que el hombre puede sufrir: el alzehimer. Pero claro, antes de probarla con seres humanos, como todo laboratorio, comienzan a experimentar con animales, específicamente con chimpancés.
Durante los primeros días, ve en su espécimen una evolución increíble, por lo que dedujo que esa droga no solo curaría la enfermedad, sino que mejoraría las capacidades cerebrales de las personas. Pero algo sale mal y el animal se vuelve loco y destruye todo el laboratorio, obligando a los guardias de seguridad a reducirla. Luego de su muerte, y de su reacción feróz, el mayor inversor del proyecto le da de baja a todo el plan, ya que piensa que lo que sucedió con el simio podría pasar con cualquier eventual paciente. Pero no, hay algo más. La droga funcionaba de maravillas, lo que la chimpancé quiso cuidar con garras y dientes era a su pequeño cachorro, que nadie previó ya que, dicen, los simios pueden ocultar bien los embarazos.
Ese cachorro es Caesar (Andy Serkis), un simio con capacidades superiores (la droga que le daban a la madre pasó a través de su cuerpo) que adoptará como si fuera su hijo. Él será de gran ayuda (y una gran compañía) en casa, donde el padre de Will, Charles (John Lithgow) se la pasa encerrado debido a su alzehimer. Caesar se convertirá en un amigo inseparable de Charles, cuya enfermedad va cada vez peor.
Will no puede ver a su padre así, por eso también comenzará a probar su droga en él, y los resultados no tardan en llegar. La familia parece ir tomando un camino de “y vivieron felices para siempre”, hasta que algo ocurre, alguien hará algo que no debe y la parte más salvaje del animal sale a la luz, lo cual obliga a su “familia” a encerrarlo en un hogar para simios, que más que hogar parece un campo de concentración, en donde el estúpido Dodge (Tom “Draco Malfoy” Felton) se divierte torturándolos.
En ese lugar, Caesar tiene su primer contacto con otros animales, que al principio se comportan de forma agresiva con él (algo así como el “derecho de piso” de las prisiones, pero sin jabones que se caen), pero luego él utilizará su inteligencia a su favor y, de a poco, comenzará la gesta revolucionaria más importante de la historia del planeta Tierra.
La película es sorprendente. Lo tiene todo. Por momentos el espectador puede reír, por otros momentos puede emocionarse hasta las lágrimas, y hasta la adrenalina sube al tope con las brillantes escenas de acción que nos muestran, en especial una, cerca del final (y que se presentó en varios lugares, por lo cual no es exactamente un spoiler) sobre el Golden Gate, el clásico puente de San Francisco.
Mucho de esto es gracias a WETA, los responsables de los efectos especiales, que estuvieron detrás de El Señor de los Anillos y de Avatar. Aquí los simios SON simios, nunca pensamos que hay un hombre debajo de ese pelaje. Y esos simios transmiten sentimientos, emociones y miles de cosas que nos hacen poner en una posición incómoda: queremos que los simios ganen la batalla, porque la apatía pasa por ellos, no por los humanos miserables (a excepción de los Rodman y de la bella Caroline -Freida Pinto-, claro) que los rodean.
En cuanto a lo actoral, cabe destacar el trabajo de Serkis. Son sus expresiones y sus movimientos los que le dan vida a Caesar, el personaje más magnético de la película. De todas formas, el trío protagónico (Franco-Lithgow-Pinto) no se queda atrás y sabe cómo hacerse notar. Lo mismo Tom Felton, que parece ser especialista en hacerse odiar por el público.
La dirección del casi desconocido Rupert Wyatt es casi una clase de cómo se debe hacer una película pasatista y al mismo tiempo con un mensaje, algo que queda dando vueltas luego de que los créditos pasan y que, incluso, sigue molestando algunos dias después. En eso se parece mucho a su original de 1968, que marcó a toda una generación con ese final mala onda que hace que el humano pierda todas las esperanzas de estar reinando el planeta en un puñado de años. Y, justamente, esta película está hipervinculada con su predecesora, ya que hay un buen puñado de guiños que el ojo atento sabrá captar.
En definitiva, esta precuela de El Planeta de los Simios se presentó como “una película más” para el verano boreal, y casi sin quererlo no solo se convirtió en un éxito de taquillas, sino que va hacia el título de “clásico de culto”. La ciencia ficción vive en esta película, y el espíritu de la nostalgia agradece este gran mimo de Wyatt.