Así fue como todo empezó
Después del fracaso del intento de reflotar esta historia de la supremacía de los simios sobre los seres humanos a manos de Tim Burton (nada menos), esta nueva experiencia parecía por lo menos arriesgada. Por otra parte, el recuerdo de aquel ya clásico filme protagonizado por Charlton Heston en 1968 era demasiado contundente, y parecía que estaba todo dicho, sobre todo por lo poco felices que resultaron las secuelas que inspiró. Pero el director Rupert Wyatt y los guionistas de esta nueva versión dieron en la tecla no sólo con la decisión de centrar la trama en los hechos previos al dominio del planeta por parte de los simios sino también con el tono general del filme y el estilo de la narración.
Es así que esta película se disfruta sin tropiezos desde el comienzo hasta el fin. Quienes no conozcan nada de la historia que ya se relató, se sentirán igualmente atrapados por el desarrollo del personaje de César, este chimpancé que nace genéticamente alterado por los experimentos que sufrió su madre, y que, después de recibir el afecto del científico que decide criarlo mientras es un cachorro, padece el abuso y la incomprensión de los carceleros que le toca enfrentar en cuanto se convierte en un adulto. Por supuesto, los conocedores de la saga disfrutarán mucho más de la proyección, sobre todo porque podrán comprender los pequeños detalles que se deslizan en el relato, y porque el guión está construido con la suficiente pericia como para esbozar todos los conflictos y las subtramas que aparecieron en las películas ya conocidas. Wyatt construye un relato sólido, administra correctamente la tensión dramática, decora el filme con escenas espectaculares de acción oportunas y magníficamente filmadas, y centra el interés del espectador en el desarrollo de la personalidad de César, el chimpancé que termina liderando la rebelión de los simios que (ya sabemos) terminará con el control de todo el planeta en perjuicio de los seres humanos.
Hay que subrayar el impresionante resultado que logra la interpretación de Andy Serkis, reelaborada con sofisticadas herramientas tecnológicas, para conseguir una notable gama de expresiones y reacciones en el rostro y en el cuerpo del simio César; Serkis ya había realizado una tarea similar como Gollum en "El Señor de los Anillos": aquí confirma que es capaz de sacarle todo el jugo posible a la técnica y consigue entregar un personaje inolvidable. También es destacable la tarea actoral de John Lithgow en el rol del padre del protagonista, un anciano devastado por el mal de Alzheimer sobre el que el investigador prueba (con éxito apenas momentáneo) la droga que está desarrollando para combatir la enfermedad.
La película no apela a un ritmo vertiginoso en la narración ni a una sucesión ininterrumpida de efectos especiales; es posible, entonces, que no alcance un éxito arrollador en las boleterías. Pero no por eso deja de ser una propuesta absolutamente recomendable.