Volver a los origenes
Para comprobar lo equivocados que estamos a veces cuando juzgamos desde el prejuicio, es que se hacen películas como El planeta de los simios: (r)evolución. A saber: una franquicia que ya parecía gastada, que ni siquiera un director talentoso como Tim Burton había podido revitalizar (en una de sus peores películas) y, para peor, que era confiada a un ignoto como Rupert Wyatt en lo que parecía más un producto por encargo que otra cosa. Si a todo esto le sumamos la extrema confianza en el CGI para la construcción de los primates en esta especie de precuela de la saga original (aunque los productores dicen que este film no tiene lazo alguno ni con aquellos de los 60’s y 70’s ni con la de Burton de 2001), se anticipaba uno de esos horrendos engendros tecnológicos que tenemos que padecer en la actualidad, en la estela de flatulencias digitales como Linterna verde. Sin embargo, en un film que habla de los orígenes en muchos sentidos, el director redescubre las posibilidades que tiene lo humano dentro de este cine híper-tecnológico actual, y conduce el relato con mano segura a partir de una impensada vuelta al clasicismo.
Entiéndase lo clásico aquí en la claridad expositiva con la que Wyatt narra, preocupándose primero en la construcción de personajes, en generar un vínculo con el espectador, para jugarse todas sus cartas en el clímax final: El planeta de los simios: (r)evolución crece a medida que avanzan sus minutos y eso no es algo muy habitual en el cine mainstream actual, donde las ideas parecen definirse en los primeros 15 minutos y luego se gira en un vacío insatisfactorio. Si bien los productores aseguran que no hay conexión con lo contado anteriormente y se intenta aquí el reinicio de la saga, sí hay una relación con La conquista del planeta de los simios, la cuarta película de aquella saga, que era donde aparecía el personaje de Caesar, fundamental en este nuevo film. Básicamente lo que cuenta la película es su crecimiento y su vínculo con el científico Will Rodman (James Franco), quien en búsqueda de una cura para el Alzheimer experimenta en chimpancés con un virus que termina por dotarlos de una inteligencia suprema. Precisamente Caesar es un huérfano del laboratorio, que el doctor termina albergando en su hogar hasta que crece y se hace dificultoso contenerlo debido a ciertos ataques de ira.
El film oprime varios botones temáticos: están las especulaciones científicas mezcladas con el negocio farmacéutico y sus consecuencias, también el maltrato humano hacia lo que le resulta diferente, el sentido de libertad e independencia, y finalmente (en algo que la vincula con Inteligencia Artificial) la decepción que continúa a los afectos no correspondidos o traicionados. Son cuestiones que la película abarca sin que le queden grandes, fundamentalmente porque Wyatt no es un tipo pretencioso y su película es pura acción, sí motorizada por estas disquisiciones que se expresan de forma simple y clara, pero sin subrayar ni construir un panfleto estúpido: El planeta de los simios: (r)evolución navega sobre estos asuntos con fluidez. Por otra parte, el film gana cuando lo comparamos con películas como Thor o Capitán América, que se quedan en la mera presentación de personajes. El film de Wyatt también es el comienzo de una saga, pero sus conflictos están bien construidos y sus personajes resuelven cosas fundamentales, que son interesantes por sí mismas y se siguen con interés. El planeta de los simios: (r)evolución no precisa de una saga para justificarse.
Wyatt, que demuestra no dejarse atropellar por la tecnología, utiliza todos los recursos que tiene en bien de la narración: en ese sentido continúa el legado de los Cameron y los Spielberg, que saben cómo darle a los efectos especiales una personalidad. Y esto se nota muy especialmente en el personaje de Caesar, una criatura compleja y sólidamente creada, sobre la que se imprime también la huella humana de lo intransferible: entre tanto CGI, el personaje logra capturar la experiencia física de Andy Serkis. Y más allá de los temas sobre los que el film reflexiona, lo que más asombra de El planeta de los simios: (r)evolución es su precisión narrativa, deudora en algunos pasajes (explícitamente la última media hora, con la invasión de chimpancés a la ciudad) del cine de los 70’s, donde cierto realismo se daba la mano con el entretenimiento, generando una maquinaria que podía pensar a la vez que ser nervio en movimiento. Tal vez por tener poco que perder, el ignoto Wyatt se hace cargo del lugar perecedero del cine mainstream actual y lo reactualiza volviendo a los orígenes, cuando el divertimento no eran sólo luces de colores sino un tema y unos personajes interesantes, mostrados con solidez y entendiendo que la seriedad es el rigor con que se cuenta y no solemnidad pedante: sólo así podemos creer la ficción, sólo así logramos estremecernos cuando Caesar dice su primer “no” libertario. Al igual que Caesar, El planeta de los simios: (r)evolución va tras el árbol, que en este caso es el cine del presente, y le pega una enorme sacudida para que caigan las hojas excedentes. Wyatt nos devuelve al lugar de cuando éramos niños y nosotros, divertidos, le seguimos la corriente. El final, falsamente feliz, nos deposita ante la próxima aventura. La esperamos con ansias.