La inteligencia es poder
Cuando Hollywood ajusta las tuercas, puede enganchar al espectador con el mismo cuentito de siempre.
La remake de El planeta de los simios realizada por Tim Burton había sido no sólo un gran fiasco, sino probablemente el peor filme del director. Sin potencia, sin personajes atractivos y, por ende, sin una alegoría socio-política actual y constructiva, lo único que le quedaba era una supuesta astucia en el intento de superar el impacto del final de la original, aunque en realidad terminaba siendo un manotazo de ahogado aún más irritante.
Por eso no generaba demasiada expectativa el anuncio de una precuela (por más que intentara despegarse un poco de la franquicia que le servía de soporte), que encima venía con la dirección de un ignoto como Rupert Wyatt y el protagónico de un James Franco que, luego de su abúlica performance como presentador en los Oscars (¿exceso de tranquilizantes?), había perdido unos cuantos puntos. Más teniendo en cuenta que ejemplos similares, como X-Men: Primera Generación, X-Men orígenes: Wolverine, Hannibal: el origen del mal o Inframundo: la rebelión de los Lycans, no habían ofrecido nada demasiado provechoso. En cuanto a El planeta de los simios: (r) evolución, no se podía esperar mucho más que la típica historia donde la ambición del hombre en el campo científico viola y resquebraja el equilibrio de la naturaleza.
Y algo de eso hay en el filme: ese relato tan conocido vuelve a presentarse, pero de forma renovada, como para volver a dejar en claro que Hollywood, cuando ajusta las tuercas, puede enganchar al espectador con el mismo cuentito de siempre. Esto se da gracias a un progresivo desarrollo de los personajes, que finalmente contribuye a que la película tenga una estructura donde todas las relaciones, temas y conflictos van de menor a mayor, atrayendo cada vez más atención, hasta un clímax tan potente como complejo.
Esta cuestión se puede apreciar especialmente en el caso de César (gran actuación de Andy Serkis detrás de los efectos especiales), el simio que gracias a los experimentos científicos desarrolla una extraordinaria inteligencia. Su progresiva toma de conciencia del lugar de oprimido y marginado está narrada crudamente pero sin golpes bajos. Luego, cuando le toca estar entre los suyos, se va constituyendo en un magnífico líder, no sólo porque es capaz de imponerse al más fuerte de la manada, en base a su inteligencia y astucia, estableciendo las alianzas que le pide el contexto, sino porque además se da cuenta de que para vencer, debe compartir y expandir su inteligencia. Su razonamiento es tan simple como pertinente: un individuo, por más genio que sea, no cambia nada, pero si tiene gente detrás con capacidades similares, ahí la ecuación cambia. Una cadena de consideraciones que deberían tener unos cuantos líderes políticos en la Argentina.
Wyatt como realizador no cede a los lugares comunes y aprieta el acelerador a fondo a medida que se acerca al final, redoblando la apuesta. Donde películas similares se desinflan, luego de plantear una premisa interesante, es donde la suya se hace fuerte. Los diálogos van desapareciendo, todo se reduce a la pura acción, pero como base para que cuando las palabras surjan, redoblen su significado. De ahí el impacto mayúsculo de la primera palabra de César. Su “¡No!” simboliza mucho más de lo que parece a simple vista: es un grito de rebeldía, de revelación de su identidad, de su posición en el mundo. El final abierto de su primer grito de libertad anuncia el nacimiento de otro universo, mientras comienza el final de un modo de vida. Fin y principio, vital y desolador a la vez.
Si pensamos El planeta de los simios: (r) evolución en comparación con la cinta de Burton, el contraste es brutal. Su título en castellano sirve para pensar las diferencias. Aquí hay revolución, un cambio de rumbo donde se toma lo viejo para transformarlo en algo nuevo. Y evolución, porque se da un tremendo salto cualitativo.