La lucha de las especies
El mono ha sido siempre un problema: hasta puede confundírselo con un anciano peludo y encorvado de los nuestros. La mano y la mirada de los simios han sido motivo de inquietud. En esta versión resucitada de El planeta de los simios, acompañada del vocablo revolución (y origen), un gesto de la mano y la mirada sintetizan una cercanía indeseada. Faltará la palabra, y llegará tarde, casi en el crepúsculo del relato.
Algunos planos aéreos y el sonido de la jungla abren el filme. Un grupo de hombres está de caza. Un mono entre otros es capturado; su destino, un laboratorio. Es “Ojos Brillantes”, una hembra, y la primera de su especie, que responde a los experimentos del genetista Will Rodman (James Franco). Una sustancia sintética llamada ALZ 112 intensifica y regenera las células del cerebro, lo que implica no sólo que un mono resuelva un problema geométrico sino la posible cura del Alzheimer.
La multinacional que financia la investigación ve un negocio; Will, en cambio, una oportunidad para curar a su padre. Además de adoptar al hijo clandestino de “Ojos Brillantes”, Will probará la droga en su padre. Su progenitor volverá a la vida, tocará el piano, manejará y oficiará como abuelo de César, el chimpancé inteligente, que, privilegiado por la herencia genética, podrá incluso jugar al ajedrez, y en su edad adulta, tras permanecer encerrado en un centro de primates, liderar una evolución y una revolución.
Si bien las distintas versiones cinematográficas inspiradas en la novela de Pierre Boulle El planeta de los simios tuvieron siempre un costado político, el implícito darwinismo difuso del tema sugería una “instintiva” contraposición metafísica. Eran simios monoteístas, amantes de las jerarquías eclesiásticas y cultores de un mono superior. El filme de Wyatt, al menos en este comienzo, es primitivamente político. César no se pregunta por el origen, simplemente concibe la libertad de su especie y se vale de la ira como fuerza revolucionaria.
Un plano cenital de los monos liberando a otros en un zoológico y el enfrentamiento final con nuestra especie en el famoso puente Golden Gate constituyen algunas decisiones formales de Wyatt en donde el efecto digital está al servicio de una retórica visual y un cuidado narrativo. Pero el gran efecto especial es la mirada de los monos. Miran, nos miran, se nos parecen. ¿Qué vemos cuando los vemos y nos ven? Es en esa pregunta donde reside el secreto del filme.
Encantamiento digital y espejo inconsciente: identificarse con la rebelión de los monos es precisamente lo que nos constituye como humanos.