No todo lo que reluce es oro
Llega a las salas la historia de un estafador de guante blanco, interpretado por un irreconocible Matthew McConaughey, quien deja la dignidad de lado en búsqueda de ambición y dinero.
Jordan Belfort en un yate, tratando de chantajear a un agente fiscal, es una de las escenas más recordadas de El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013). La dinámica del film y la empatía por un personaje tan corrupto son hallazgos que la dupla Martin Scorsese - Leonardo DiCaprio solo puede conseguir. En sus primeros diez minutos El poder de la ambición (Gold, 2016) nos trae ciertas reminiscencias a la obra del director de Los infiltrados (The Departed, 2006). Dichos aires de semejanza se pueden encasillar tan sólo en dos elementos: Que sea basada en una historia real y que Matthew McConaughey haya sido participe de ambos proyectos. Estos elementos son los únicos que se comparten con la obra maestra de Martin Scorsese. El resto está a años luz de distancia.
Stephen Graham dirige este film donde un hombre fracasado en los negocios se asocia con un geólogo en búsqueda de oro en tierras desconocidas. El resultado es un drama de casi 120 minutos de duración, con sólidas actuaciones pero sin sorpresa ni dinamismo y donde uno peca en esperar algo nuevo, un golpe de timón, que lamentablemente no sucede. El film se convierte en una correcta obra pero la escasez de recursos en su guion deja mucho que desear. La desquicia del protagonista desborda cada arista del largometraje, siendo quien lleve las riendas del mismo.
La caracterización de McConaughey es lo más llamativo del film. Su cambio físico, pelado y con unos cuantos kilos demás, resulta asombroso y se da en el contexto de la búsqueda actoral del oriundo de Texas. Desde su interpretación de Ron Woodroof en Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013), personaje que le otorgó el Premio de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, y hasta la genial serie creada por Nic Pizzolatto, True Detective, son muestras de los grandes papeles en lo que se desempeña el actor donde su amolde físico es admirable. En El poder de la ambición, Matthew McConaughey es el punto más alto de la obra y quizás sea el único ítem que se asoma más allá de la media.
El poder de la ambición nos ayuda a entender tres cosas. En primer término, Matthew McConaughey se está enfilando como uno de los actores más importantes de su generación. Su destaque año tras año no sorprende y siempre está presente en la temporada de premios. Este año lo espera nada más ni nada menos que su protagonismo en la adaptación de la saga de libros de Stephen King, La torre oscura. Como segunda cuestión, la obra es un retroceso en la auspiciosa carrera como director de Stephen Graham. Syriana (2005) se convirtió en un excelente thriller que valió la pena ver y nos esperanzaba en que aparezcan más títulos comandados por el director. Por ende, El poder de la ambición es un paso atrás en su carrera. Como tercer y último punto, no está nada bueno comparar cualquier cosa con algo de Scorsese. Es muy difícil poder asemejarse a gigantezcas obras cinematográficas.
El poder de la ambición acierta con McConaughey, con su reparto, su prolija narración pero, aunque parezca el colmo, escasea de ambición. El riesgo no está presente y lo correcto hoy no alcanza. Esto sí que está a años luz de una obra de Scorsese.