Hay que ser explorador: animarse a lo desconocido y no dejar de buscar
“Al oro siempre hay que ir a buscarlo afuera”, dice este explorador infatigable, vital, desbordado, que usa el espíritu de búsqueda como manual de vida. Basada en un caso real, la historia arranca en 1981, con Kenny Wells (Matthew McConaughey) trabajando en la compañía minera de su padre, que está al borde de la quiebra.
Qué hacer. En lugar de bajar la cabeza y aceptar un y trabajo modesto y seguro, Kenny se juega las última s monedas (del bolsillo y del alma) para ir tras un yacimiento de oro oculto en Indonesia. No está solo. Se asocia con quien alguna vez abrazó ese sueño. Y juntos, enfrentando riesgos y desánimos, irán tras un yacimiento que a esa altura es más un destino que una promesa salvadora.
A Kenny, sus ambiciones no lo dejan en paz. Apuesta a un proyecto que tiene mucho de aventura. Y pone todo para que esa empresa, con algo de imposible, salga airosa. El film se sirve del espíritu aventurero del protagonista para trazar la radiografía de dos audaces que desafían montañas y sistemas, entre ellas, las cumbres de un capitalismo que les ofrece algo para quedarse con todo. Película de acción, lograda pintura de dos personajes que enfrentan a todos y reviven, entre estafas y aprietes, el mito del sueño americano. Es desparejo pero, ágil y entretenido. Tiene otra firme labor actoral de McConaughey, que a veces, como todo el film, orilla el desborde y el estereotipo.
El oro – se sabe- es como un imán que atrae la dicha, pero también la codicia y el peligro. Esta historia no escapa a ese maleficio. El dinero vuelve a ser la mayor amenaza en medio de la selva financiera neoyorkina, más despiadada que la vida en aquellas montañas. Idas y vueltas, fracasos y brindis, gambetas y estafas se alternan a lo largo de esta aventura que tiene como protagonista a Kenny, el explorador que enseña a buscar afuera el oro que brilla en la vida. No queda otra que ser explorador: animarse a lo desconocido y no dejar de buscar.