El actor de Dallas Buyers Club, Magic Mike, Killer Joe, Mud, Interestelar y la serie True Detective es lo mejor de este largometraje que combina cine de aventuras con thriller de corporaciones con resultados dispares. Inspirado en hechos reales, este film del realizador de Sin rastro y Syriana contó también con un elenco integrado por reconocidos intérpretes como Bryce Dallas Howard, Corey Stoll, Bruce Greenwood, Stacy Keach y Bill Camp en distintos personajes secundarios.
Basado en un caso real, este nuevo film del director de Sin rastro y Syriana (y también multipremiado guionista de Traffic) es una épica sobre la fiebre del oro, pero en la década de 1980 y con poderosas corporaciones metidas en el medio.
La película comienza en 1981 con Kenny Wells (Matthew McConaughey) trabajando en la compañía minera de su padre en Reno, Nevada. Tras ese prólogo, la acción salta siete años y nuestro antihéore y la empresa familiar se encuentran al borde de la quiebra. No consigue inversores para ninguno de sus emprendimientos y su mujer Kay (Bryce Dallas Howard) le insiste para que acepte una oferta de trabajo como empleado común. Desesperado, arrinconado contra las cuerdas, Kenny tiene un sueño ligada a un posible yacimiento de oro en Indonesia. Tras esa revelación, viaja a Borneo en septiembre de 1987 para contactar a Michael Acosta (Edgar Ramírez), quien alguna vez le había contado de ese proyecto que luego abandonó. El protagonista intenta convencerlo y conseguir el financiamiento necesario.
El poder de la ambición es, en sus mejores momentos, una epopeya herzogiana (con algo también de El tesoro de la Sierra Madre y La reina africana, de John Huston) sobre dos delirantes persiguiendo un sueño (Kenny incluso sufre de malaria en la selva) y, en otros, la crónica de una estafa multimillonaria de la que es mejor no adelantar nada. El film pendula entre el género de aventuras y el thriller empresarial con negociaciones y confabulaciones a gran escala sin profundizar demasiado en ninguna de las dos vertientes.
De todas maneras, frente a ciertas indecisiones formales, narrativas y dramáticas de Gaghan (el film parece cambiar todo el tiempo de tono) aparece otro notable trabajo de McConaughey (aquí afeado con su pelada y su prominente panza) para sostener el film hasta el desenlace final. Un gran actor para una película hecha con oficio (es muy buena, por ejemplo, la fotografía de Robert Elswit, responsable de Petróleo sangriento), pero también con mucho de fórmula en su exploración y reformulación del eterno mito del sueño (norte)americano.