Un obeso y calvo Matthew McConaughey interpreta a un buscador de oro que, junto a un socio (Edgar Ramirez), encuentra en Indonesia la piedra preciosa y se hace millonario con ella, solo para darse cuenta que su descubrimiento lo mete cada vez en más y más problemas en este filme del guionista de “Traffic” basado en una historia real.
En algún lugar donde el cine de Martin Scorsese y el de David O. Russell se cruzan existe una película como EL PODER DE LA AMBICION, de Stephen Gaghan, director de SYRIANA y guionista de filmes como TRAFFIC. Curiosamente, en esta ocasión el guión no fue escrito por él pero que se basa en un caso real que puede pertenecer a la filmografía de cualquiera de esos dos directores y, claro, a la suya. Es la historia de un buscador de oro, Kenny Wells, que está pasando por el peor momento de su carrera –sin dinero y sin perspectivas– cuando tiene un sueño. Al despertarse está seguro que encontrará el deseado oro en Indonesia y hacia allí va.
Como EL LOBO DE WALL STREET o ESCANDALO AMERICANO, es la historia de un hombre ambicioso, que pasa de largo las legalidades y la corrección a la hora de conseguir lo que quiere. ¿Es un estafador? No necesariamente. Más bien un buscavidas que hará lo imposible –legal o no, eso es lo de menos– para conseguir lo que quiere. Y lo que quiere, como en el siglo XIX, es encontrar esa mina de oro que le cambie la vida de eterno perdedor.
Pero las cosas no son tan sencillas. Wells –encarnado por Matthew McConaughey como una cruza entre su personaje en DALLAS BUYERS CLUB y el de Christian Bale en la citada película de Russell, pura transpiración, entusiasmo, copioso consumo de alcohol y panza prominente– se engancha en la búsqueda junto a Mike Acosta (el siempre excelente actor venezolano Edgar Ramirez), que es experto en la materia e insiste que hay oro en medio de la jungla de ese país. Solo hay que hacer el sucio trabajo de enconntrarlo. Para eso pasan mil desventuras y enfermedades buscándolo hasta que lo encuentran. Pero lo que los vuelve ricos de un día para otro los mete en más problemas de lo que se podían haber imaginado. Especialmente a Kenny.
Como Gaghan no posee el nervio narrativo de Scorsese ni la ambición formalmente enloquecedora de Russell, EL PODER DE LA AMBICION se queda corta en su búsqueda, como si fuera una película en busca de un mejor guión, de un ritmo más frenético o de un tono más consistente. La historia real –muy cambiada para la película– es potente y por ella circulan miles de ejes que van desde la política internacional a Wall Street pasando por el clásico drama de un soñador de pueblo chico que deja o pierde todo (incluso a su primera mujer, Bryce Dallas Howard) por cazar un sueño –heredado de su padre, también gold digger– sea como sea. Pero la película no se atreve a ser satírica o salvaje y se queda a mitad de camino. Se toma en serio a sí misma, pero no tanto como para volverse emocionalmente potente. Y se ríe un poco de las situaciones y la personalidad de su protagonista, pero no lo suficiente como para tornarse realmente divertida.
Ese tono medio, cambiante, es lo que no le permite explotar. Y acaso la un tanto excesiva caracterización del actor de INTERESTELAR la saca un poco de centro todo el tiempo (es el tipo de actuación que dice Mírenme! permanentemente), pero los materiales están ahí y cuando se conjugan bien funcionan, por lo que sin ser una muy buena película, GOLD (tal su escueto y directo título original) logra volverse por momentos entretenida e ingeniosa. Y hasta tiene un final relativamente sorpresivo, que seguramente provocará que los espectadores tomen partido y lo discutan al salir de la sala.
Lo más rico dramáticamente que tiene la película –aunque no lo explora demasiado– es ver los movimientos de piezas de Wall Street al enterarse del hallazgo del oro, en 1988, y cómo las grandes empresas embarran la cancha para sacar su tajada. Es claro que Gaghan tiene a los banqueros como villanos, prefiriendo dejar a Mike y a Kenny como dos buscavidas que, de algún modo no del todo prolijo, hacen lo que pueden para ganar algo en una batalla desigual. Sí, son corruptos y tramposos, pero se embarran, meten el corazón en lo que hacen y no intentan aprovecharse y robar con los guantes blancos y lustrosos.
Si bien uno saldrá de la película discutiendo –como sucedió con EL LOBO DE WALL STREET— hasta que punto un tipo chanta y corrupto pero entrador y carismático que nos fascina porque “se hace de abajo” es mejor persona que un tipo que jamás se quitó la corbata ni se movió de su oficina en Manhattan para ganar dinero, lo cierto es que Gaghan está claramente de un lado aquí. Y si bien no consigue meternos del todo en los zapatos de su protagonista (acaso porque es demasiado impresentable) hace que, pese a todo, querramos que la magia se produzca. Como sea.