El poder de la ambición: sueños de riqueza y conquista
Con dirección de Stephen Gaghan (Syriana), El poder de la ambición sufre de un síndrome extraño: cree en su poder de seducción desde el principio pero su sustento se construye, de a poco y trabajosamente, en el tiempo. Así, asistimos a un relato al que le cuesta armarse, porque remite sin novedades ni recursos distintivos a otros grandes relatos americanos sobre la ambición, el afán imparable del conquistador de riquezas y hasta la temeridad en la selva. Un poco de El lobo de Wall Street, otro de Apocalypse Now, otro de Tucker, algo de la estética de Boogie Nights, pero sin el nervio narrativo de esas películas. La actuación de Matthew McConaughey sufre un problema similar: demasiado esforzado en engordar, en su acento, en tener mal el pelo, el actor convence a medida que nos acostumbramos a creerle (cuando era menos premiado solía ser más inmediatamente fresco y atractivo) como descendiente empobrecido de una familia de empresarios mineros que quiere levantarse con un gran hallazgo, que logra en conexión casi mística con un geólogo en Indonesia. Película sobre ascensos y caídas, también sobre la creciente fotogenia de Bryce Dallas Howard y sobre el entramado político financiero de esa red social que sostiene a emprendedores y pillos hasta mezclarlos y confundirlos, cuando logra armarse narrativamente con mayor futuro termina, mientras suena otra de las buenas canciones de la banda sonora.