No todo lo que brilla es oro
En lo más profundo de la selva de Indonesia se esconde un preciado tesoro. Así lo cuentan las noticias y hasta el mismísimo realizador, Stephen Gaghan, quien a sus 52 años retoma la temática de los negocios petrolíferos y minerías que en 2005 lo llevó a la fama cuando dirigió Syriana (2006), por la que George Clooney ganó el Oscar a Mejor Actor de Reparto. Con el mismo espíritu encara El Poder de la Ambición (Gold, 2016). En esta ocasión, Gaghan pone en escena a Matthew McConaughey en la piel del un hombre de negocios que supo soñar con enriquecerse vendiendo humo, literalmente.
La génesis del proyecto se basa en un hecho real de 1980, cuando una compañía minera canadiense garantizó la existencia de un yacimiento de oro en Indonesia y resultó una gran estafa. Sin más preámbulos, Gaghan le encarga el guión a Patrick Masset y John Zidman, quienes en 2001 trabajaron juntos en la escritura de Lara Croft: Tomb Raider y lo convirtieron en un clásico; aquí nuevamente avanzan sobre una nueva aventura, pero, lejos del universo fantástico, encausan la vorágine real y cuestionan la credibilidad y sustentabilidad de los negocios que cotizan en la Bolsa de Wall Street. Con esta premisa presentan el alocado sueño de un ex hombre de negocios, Kenny Wells (McConaughey), cuya reputación pende de un hilo e intenta salir de la pobreza convocando a un geólogo cortado por la misma tijera y con su misma ambición, Michael Acosta (Edgar Ramírez), y lo convence de apostar lo que no tienen, mediante el financiamiento de poderosos empresarios, para viajar a Indonesia (más precisamente, a Kasana) y develar si la mina de oro con que Wells soñó varias oportunidades existe o no. La risueña dupla por momentos recuerda a Owen Wilson y Vince Vaughn en Aprendices fuera de Línea (The Intership, 2013), ya que también deciden ir tras su sueño sin cuestionar si es un divague, o una simple señal del destino. Es evidente que proponen desterrar el mito de la brillante performance de los empresarios y las multinacionales que invierten enormes cantidades de dinero para evidenciar el mero arte competitivo que existe entre ellos, y en pos de ganar la partida y apremiados por el reloj, a veces, descuidan su rol de chequear previamente fuentes y confiar pre-invertir. Aquí se enfatiza en resaltar esta inoperancia y resetear esta cuestión de lógica ilógica que pone en jaque al “team” que permite el funcionamiento de la Bolsa que -cual ruleta rusa- juega constantemente con los empresarios y abre el juego a la eterna pregunta retórica: ¿Quién estafa a quién?
Así avanza esta gran estafa que logra entretener al público en una aventura todoterreno donde todos sus elementos encajan a la perfección: Desde la dupla McConaughey-Ramírez que se luce al borde del delirio con su elocuente plan plagado de corrupción, juegos de seducción y “sueños americanos” utópicos, al ritmo de una banda sonora -al estilo del cine de Scorsese- que marca el pulso de las escenas, hasta la impecable impronta de sus cuadros selváticos que cautivan al espectador con sus montajes perfectos. En esta materia, es interesante la escena donde un empresario desafía -y acorrala, literalmente- a Wells cuando, previo a cerrar negocio, le propone que el destino elija. ¿Cómo? Entrando a una jaula donde hay un tigre hambriento, enfrentarlo, y si Wells gana, cierran el trato. Elocuente idea para un hombre de negocios que, al parecer echa la suerte al azar ¿Será Wells capaz de poner en riesgo su vida? ¿Ganará “El hambre o las ganas de comer”?. A grandes rasgos, el film de Stephen Gaghan denota su edad, trayectoria y objetivo. Si bien pudo ahondar en los fallidos de la candente Bolsa de Wall Street, esta vez optó por hacer una historia atrapante apta para todo público y digna de ver en los tiempos que corren para abstraerse un rato de la realidad y zambullirse en el mero entretenimiento, sin exigir demasiado a las neuronas.