En el top five de lo que justificaría la visión de El poder de la moda seguramente estarán las actuaciones de Judy Davis y de Kate Winslet, con sus papeles de madre e hija respectivamente, personajes que recorren un singular camino de relaciones en esta pelicula extraña, con algunos momentos brillantes y por momentos extremadamente larga que es The dressmaker, título más pertinente que el que le han puesto los distribuidores en Argentina.
También entre los valores estarán el vestuario, bien colorido y brillante, y la puesta en escena, entre decadente y vintage que recrea el paisaje australiano de los años 50. La novela de Rosalie Ham habla de Dungatar, un poblado al que un día regresa una glamorosa mujer cargando con un pasado lleno de preguntas. Sobre ella recae la culpa de la muerte de un joven adolescente años atrás, cuando era una niña.
Las sedas, los encajes, los moños, los sombreros, los brillos contrastan con esa tierra árida y seca en la que los personajes juegan vidas que parecen no pertenecerles. Lo más potente de esta pelicula está justamente en esa contradicción, la de estos seres siempre al borde del exceso, pero contenidos suficientemente por un guión que entra y sale de la parodia o del drama con notable fluidez. ¿Qué hace esa gente con esa ropa en ese lugar? La pregunta es tan sencilla como la respuesta y en obviedades su directora, Jocelyn Moorhouse, no se ahorra minutos.
En ese sentido, por cierto, termina siendo algo repetitiva, y extremadamente larga.