Lejos de la comedia romántica estándar que puede aparentar ser desde la extraña traducción del título o la prensa previa, El Poder de la Moda ataca con humor ácido la vida en un pueblo pequeño perdido en en el árido interior australiano de mitad del siglo pasado.
Por gracia de Dior
Myrtle “Tilly” Dunnage estuvo la mayor parte de su vida alejada de sus orígenes al ser obligada a marcharse de su pueblo cuando era apenas era una niña y dejar atrás todo lo que conocía. Creciendo en el destierro pudo desarrollar su talento como diseñadora de alta costura e insertarse en el mundo refinado de las grandes ciudades, pero veinticinco años después de su partida forzada regresa al hogar con la excusa de atender la debilitada sanidad mental de su madre y el secreto plan de descubrir la verdad sobre el crimen del que la acusaron cuando ella era apenas una niña aunque por el trauma no recuerda nada de lo sucedido aquél día.
Decidida a poner de cabeza al pueblo que la torturó desde el día que nació y cobrar venganza especialmente de todas sus figuras de poder, se instala en la derruida casa de su madre para reconstruir la relación e instalar su taller de trabajo, desde donde tenderá alianzas que le permitan desentramar los antiguos secretos que esconde el pueblo.
Un western con alfileres
Como muchas de las películas de pistoleros en el desierto del lejano oeste, El Poder de la Moda es principalmente la historia de alguien llegando a un pequeño pueblo buscando venganza por una injusticia cometida mucho tiempo antes y no faltan los guiños al género sin hacer volar ni un solo plomo pero sí con música, elecciones de planos o hasta con algunas frases que sacadas de contexto podrían parecer dichas por John Wayne. Cada personaje importante que habita el remoto Dungatar parece encajar en un arquetipo del género, como el comisario que se niega a reprimir al héroe, el alcalde corrupto o el mercenario que contrata para destruir al sombrero blanco recién llegado que amenaza no sólo su poder sino la moral y buenas costumbres del pueblo entero, pero al mismo tiempo cada uno de ellos es desfigurado para volverlo una burla del rol que cumple dentro del absurdo conjunto que componen entre todos, causando gracia pero sin nunca caer en el ridículo que arruinaría por completo el efecto de parodia irónica que construye. La historia no sorprende demasiado salvo cuando amaga a caer en algunos de los mayores lugares comunes del género romántico para destruirlos impiadosamente un momento después, pero cierta previsibilidad no resulta negativa porque permite enfocarse en las personalidades de los personajes secundarios que Tilly sacude de su letargo para empujarlos a encontrar su identidad y aceptar rebelarse contra la hipócrita opresión puritana que reciben de sus líderes políticos y morales.
La realización es impecable y además de los ya mencionados guiños cinéfilos hace una interesante reconstrucción de época que incluso se siente un poco intemporal por el choque intenso entre la sofistificación europea de Tilly y la rusticidad rural de Dungatar que parece seguir en el siglo XIX. Aunque no sorprende decirlo son las interpretaciones de Kate Winslet y el increíblemente flexible Hugo Weaving lo que se destaca por encima de todo, pero también merece una mención de la menos conocida Judy Davis como la demente y alcohólica madre de Tilly encargada de varias de las secuencias cómicas mas efectivas. Tampoco sorprende decir que el hermano menor de Thor dista mucho de tener el carisma de Loki pero cumple con su rol de eye-candy acompañante de la protagonista con un nivel aceptable como el campesino simple pero de buen corazón que le tocó interpretar.
Conclusión
Contra el primer instinto que prometía una comedia romántica salida de la máquina de hacer chorizos, El Poder de la Moda es una muy buena comedia dramática que se destaca por el humor cítrico con el llena su trama de personajes y situaciones absurdas con las que hace una interesante reflexión sobre la identidad, la hipocresía y los prejuicios.